«El placer más sólido de esta vida es el vano placer de las
ilusiones. Considero las ilusiones como algo en cierto modo real teniendo en
cuenta que son ingredientes esenciales del sistema de la naturaleza humana,
otorgadas por la Naturaleza
a todos y cada uno de los seres humanos; de manera que no es lícito entenderlas
como sueño particular sino como propias del ser humano y queridas por la Naturaleza. Sin
las ilusiones nuestra vida sería la más mísera y bárbara de las cosas.
Parece un absurdo, pero es exactamente verdadero que, siendo
todo lo real una nada, no hay cosa más real ni sustancial en el mundo que las
ilusiones.»
(Conde Giacomo
Taldegardo Francesco di Sales Saverio Pietro LEOPARDI; Recanati, Italia,
29
de junio de 1798 – Nápoles, 14 de junio de 1837.
Zibaldone, 1827.)
Sin
embargo, nuestra naturaleza específica
nos empuja continuamente a albergar ilusiones.
En cosas muy ilusorias, a veces, como
un décimo de lotería o la labor de algún miembro de la casta política; otras, cuando nos asiste la autoestima, en cualidades más
personales como el propio esfuerzo
o una lucidez preclara; en algún giro
propicio del destino o alguna forma
de sonrisa de la fortuna, casi
siempre. Y, como decía la canción de La Cabra Mecánica incorporada como
lema publicitario a la campaña de un benéfico “juego de azar”, ¡que no nos llamen ilusos porque tengamos
esas ilusiones!. Al fin y al cabo, las ilusiones
están en la esencia misma de la naturaleza humana; casi podríamos afirmar,
sin exageración, que somos tanto más
humanos cuanta más capacidad conservamos para ilusionarnos... O dicho de
otro modo más adecuado a estas horas de crisis
y oprobios globales, cuanta más
capacidad desarrollamos para resistirnos a perder la ilusión pese a los embates
de la vida.
Porque
en medio del nuevo (des)orden mundial,
lo menos real son precisamente las primas de riesgo, los valores bursátiles, los índices de confianza, las políticas estructurales o las refundaciones del capitalismo... Todo
eso es humo, nada, aunque sea una nada tan humeante que, muchas veces,
hiere y duele hasta amenazar con la asfixia.
Nacho Fernández del Castro, 9 de Septiembre de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario