lunes, 3 de septiembre de 2012

Pensamiento del Día, 3-9-2012


«Yo creo que el reflejo de mi forma de ser, llamémosle política, está muy claro en las cosas que yo he hecho y he producido. Ahí están “Los camioneros”, que es una serie sobre el trabajo, “Curro Jiménez”, que es un tipo contra el bando establecido, un bandolero; luego he hecho la película “Gallego”, basada en la novela de Miguel Barnet, que se basa en la historia de un emigrante; después he sido el productor de “Huidos”, una historia de maquis. Es decir, que mi trayectoria ha sido bastante clara.»
 (Félix Ángel SANCHO GRACIA; Madrid, 27 de septiembre de 1936 - 8 de agosto de 2012. “Entrevista con Sancho Gracia” realizada por Antón Castro, tras el estreno en Zaragoza de 800 balas de Álex de la Iglesia, para  Heraldo Domingo, 2002.)
Un silencio estival también significativo, por el valor simbólico de sus representaciones, por su abierta forma de vivir y beber la bohemia, por la fuerza (entre solidariamente rebelde y honorablemente canalla) que sabía transmitir a través de sus personajes y de su vida, es el de uno de esos respetabilísimos “actores de la segunda fila”, más galán de salita de estar que astro de la pantalla o de las tablas, más popular que endiosado... Sancho Gracia.
Probablemente su Curro Jiménez (iniciado por Joaquín Luis Romero Marchent y con dirección asumida más tarde, alternativamente, por un variopinto y prestigioso conjunto en el que figuraban, entre otros, Francisco Rovira Beleta, Antonio Drove, Pilar Miró o Mario Camus, sobre la trama original del uruguayo Antonio Larreta) ha calado más en el imaginario colectivo de las familias españolas de los setenta, desbordando los tópicos cavernarios y tabernarios del ultranacionalismo hispano, que cualquier tediosa lección sobre los bandoleros del XIX español y su resistencia al invasor francés.
Probablemente su Paco de Los camioneros (serie dirigida por Mario Camus sobre el guión de Pedro Gil Paradela) ha hecho más por la dignificación popular de un oficio plagado de leyendas negras que cualquier reivindicación gremial al uso.
Pero además, en los últimos años, había dirigido, producido e interpretado el Juan de Huídos (1993), un western un tanto pretencioso sobre la guerra civil española y los maquis, había hecho el José María Navarro de Martin (Hache) (1997) para Adolfo Aristaráin, el Padre Benito Díaz de El crimen del Padre Amaro (2002) para Carlos Carrera, el Fernando Baeza de El robo más grande jamás contado (2002) para Daniel Monzón, el Atanasio de Entrelobos (2010) para Gerardo Olivares, o se había convertido en una especie de actor fetiche para directores como Enrique Urbizu (fue el Rafael de Cachito, 1996, y el Santos Guijuelo de La Caja 507, 2002) o Álex de la Iglesia (fue el Legionario brutal de Muertos de risa, 1999, el Castro de La comunidad, 2000, el Julián de 800 balas, 2002, y el Coronel Salcedo de Balada triste de trompeta, 2010)... O sea que, como en el caso de otros “secundarios de lujo” (sobre todo Manuel Alexandre) había visto su imagen cinematográfica reivindicada y ensalzada en sus años postreros por directores pujantes, como había visto su imagen pública igualmente revalorizada por su actitud vital ante el cáncer.
Una vida de bien hacer y bien vivir que, sin estridencias, permite y exige lecturas solidarias con los parias de la tierra hasta hacerse signo tan oportuno como humilde, tan prescindible como necesario. ¡Ojalá hubiese muchos así!.
Nacho Fernández del Castro, 3 de Septiembre de 2012

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