«Yo creo que el reflejo de mi forma de ser, llamémosle
política, está muy claro en las cosas que yo he hecho y he producido. Ahí están
“Los camioneros”, que es una serie sobre el trabajo, “Curro Jiménez”, que es un
tipo contra el bando establecido, un bandolero; luego he hecho la película
“Gallego”, basada en la novela de Miguel Barnet, que se basa en la historia de
un emigrante; después he sido el productor de “Huidos”, una historia de maquis.
Es decir, que mi trayectoria ha sido bastante clara.»
(Félix Ángel
SANCHO GRACIA; Madrid, 27 de septiembre de 1936 - 8 de agosto
de 2012. “Entrevista con Sancho Gracia” realizada
por Antón Castro, tras el estreno en Zaragoza de 800 balas de Álex de la Iglesia, para
Heraldo Domingo, 2002.)
Un silencio estival también significativo, por el valor simbólico de sus representaciones,
por su abierta forma de vivir y beber la
bohemia, por la fuerza (entre solidariamente
rebelde y honorablemente canalla)
que sabía transmitir a través de sus personajes y de su vida, es el de uno de
esos respetabilísimos “actores de la segunda fila”, más galán de salita de estar que astro
de la pantalla o de las tablas, más popular
que endiosado... Sancho Gracia.
Probablemente
su Curro
Jiménez (iniciado por Joaquín Luis Romero Marchent y con dirección asumida
más tarde, alternativamente, por un variopinto y prestigioso conjunto en el que
figuraban, entre otros, Francisco Rovira Beleta, Antonio Drove, Pilar Miró o
Mario Camus, sobre la trama original del uruguayo Antonio Larreta) ha calado más
en el imaginario colectivo de las familias
españolas de los setenta, desbordando los tópicos cavernarios y tabernarios del
ultranacionalismo hispano, que
cualquier tediosa lección sobre los bandoleros
del XIX español y su resistencia al invasor francés.
Probablemente
su Paco de Los camioneros (serie dirigida por Mario Camus sobre el guión
de Pedro Gil Paradela) ha hecho más por la dignificación
popular de un oficio plagado de leyendas
negras que cualquier reivindicación
gremial al uso.
Pero
además, en los últimos años, había dirigido, producido e interpretado el Juan
de Huídos
(1993), un western un tanto
pretencioso sobre la guerra civil
española y los maquis, había
hecho el José María Navarro de Martin (Hache) (1997) para Adolfo
Aristaráin, el Padre Benito Díaz de El crimen del Padre Amaro (2002)
para Carlos Carrera, el Fernando Baeza de El robo más grande jamás contado
(2002) para Daniel Monzón, el Atanasio de Entrelobos (2010) para Gerardo
Olivares, o se había convertido en una especie de actor fetiche para directores
como Enrique Urbizu (fue el Rafael de Cachito, 1996, y el Santos Guijuelo de
La Caja 507,
2002) o Álex de la Iglesia
(fue el Legionario brutal de Muertos de risa, 1999, el Castro de La comunidad,
2000, el Julián de 800 balas, 2002, y el Coronel Salcedo de Balada triste de trompeta,
2010)... O sea que, como en el caso de otros “secundarios de lujo” (sobre todo Manuel
Alexandre) había visto su imagen
cinematográfica reivindicada y ensalzada en sus años postreros por
directores pujantes, como había visto su imagen
pública igualmente revalorizada por su actitud vital ante el cáncer.
Una
vida de bien hacer y bien vivir que, sin estridencias,
permite y exige lecturas solidarias con
los parias de la tierra hasta hacerse signo
tan oportuno como humilde, tan prescindible como necesario. ¡Ojalá hubiese
muchos así!.
Nacho Fernández del Castro, 3 de Septiembre de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario