«Hay ya en el
nacimiento de la utopía moderna algunos rasgos que se han conservado a lo largo
de tres siglos y que se encuentran también la reflexión de Bloch sobre el principio esperanza en las décadas
centrales del siglo XX. Éstos son: el recuerdo (más o menos añorante o
melancólico) de la comunidad que hubo; la crítica abierta a la injusticia y la
desigualdad que hay en el presente; y la atracción por la novedad que apunta en
lo recién descubierto o en lo recién inventado, precisamente en la medida en
que este apuntar de lo nuevo enlaza con el (casi siempre idealizado) tiempo
pasado. Por grandes que hayan sido las diferencias entre la utopía de More, las
utopías ilustradas, la propuesta falansteriana de Fourier, el proyecto
socialista de Marx, y, por ejemplo, Noticias
de ninguna parte de William Morris (para cubrir un arco de tiempo que nos
lleva hasta finales del siglo XIX), en todos estos casos encontramos una idea
semejante de la dialéctica histórica, según la cual la crítica de lo existente
hace enlazar el recuerdo del buen tiempo pasado con la armonía, la justicia y
la igualdad que se desean para el futuro.»
(Francisco FERNÁNDEZ BUEY; Palencia, 1943 - Barcelona,
25 de agosto de 2012. “Introducción” a
Utopías e ilusiones
naturales, 2007.)
Con
él pensamos mucho y, si no siempre bien (por nuestras propias carencias), sí,
al menos, nunca sin valerosa voluntad
liberadora que el acertó a mostrarnos como hálito necesario de todo ser humano, en general, y para el proletario de la cultura (lo que, hoy
concierto desdén por el “pesebrismo” imperante, llamamos intelectual).
Con
él aprendimos a recuperar a Antonio Gramsci o a Manuel Sacristán, a buscar críticamente,
entre tantas sombras, el principio de
esperanza (cada día con más pesimismo,
con mayor desesperanza) del que
hablaba Ernst Bloch... A revisar, lejos de mitos
idealistas, la utopía como crítica
de lo existente a partir de una revalorización
del mejor pasado que enlaza con el anhelo
de un futuro mejor, más igualitario y justo.
Lamentablemente,
en los tiempos del propio Bloch esa tradición
moderna de la utopía que liga su negación
de la sociedad del ahora a una cierta mitificación
del ayer que deriva una confianza (un
tanto ciega) en las posibilidades que lo nuevo proyecta en el mañana, ya
había comprobado las inmensas contribuciones que la innovación (sobre todo tecnológica)
podía hacer al progreso de la barbarie...
Y frente a las viejas utopías de la modernidad habían comenzado a
surgir tempranas contrautopías (como Walden;
or, Life in the Woods, 1854, de Henry David Thoreau, o Erewhon: or,
Over the Range, 1872, de Samuel Butler) y maduras distopías (como Brave new world,
1932, de
Aldous Huxley; Farenheit 451, 1954, de Ray Bradbury; o Do Androids Dream of Electric Sheep?, 1968,
de Philip K. Dick) en las que el desarrollo tecnológico acababa por derivar en
los más siniestros desmantelamientos humanos y sociales.
Pero esto bien lo sabía Paco
Fernández Buey... Y supo integrarlo en su serena forma de lucha cotidiana
para mostrarnos que, en este orden de cosas, no era tan malo ser antisistema.
Aunque fuese con la simple palabra y desde una cátedra universitaria que, eso sí,
siempre se quiso y se sintió calle.
Nacho Fernández del Castro, 4 de Septiembre de 2012
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