martes, 4 de septiembre de 2012

Pensamiento del Día, 4-9-2012


«Hay ya en el nacimiento de la utopía moderna algunos rasgos que se han conservado a lo largo de tres siglos y que se encuentran también la reflexión de Bloch sobre el principio esperanza en las décadas centrales del siglo XX. Éstos son: el recuerdo (más o menos añorante o melancólico) de la comunidad que hubo; la crítica abierta a la injusticia y la desigualdad que hay en el presente; y la atracción por la novedad que apunta en lo recién descubierto o en lo recién inventado, precisamente en la medida en que este apuntar de lo nuevo enlaza con el (casi siempre idealizado) tiempo pasado. Por grandes que hayan sido las diferencias entre la utopía de More, las utopías ilustradas, la propuesta falansteriana de Fourier, el proyecto socialista de Marx, y, por ejemplo, Noticias de ninguna parte de William Morris (para cubrir un arco de tiempo que nos lleva hasta finales del siglo XIX), en todos estos casos encontramos una idea semejante de la dialéctica histórica, según la cual la crítica de lo existente hace enlazar el recuerdo del buen tiempo pasado con la armonía, la justicia y la igualdad que se desean para el futuro.»
(Francisco FERNÁNDEZ BUEY; Palencia, 1943 - Barcelona, 25 de agosto de 2012. “Introducción” a  
Utopías e ilusiones naturales, 2007.)
Siguiendo el rastro de los clamorosos silencios de agosto, ¿cómo olvidar la lamentable sequía del torrencial flujo de ideas nacido en la sabia bonhomía de Paco Fernández Buey?.
Con él pensamos mucho y, si no siempre bien (por nuestras propias carencias), sí, al menos, nunca sin valerosa voluntad liberadora que el acertó a mostrarnos como hálito necesario de todo ser humano, en general, y para el proletario de la cultura (lo que, hoy concierto desdén por el “pesebrismo” imperante, llamamos intelectual).
Con él aprendimos a recuperar a Antonio Gramsci o a Manuel Sacristán, a buscar críticamente, entre tantas sombras, el principio de esperanza (cada día con más pesimismo, con mayor desesperanza) del que hablaba Ernst Bloch... A revisar, lejos de mitos idealistas, la utopía como crítica de lo existente a partir de una revalorización del mejor pasado que enlaza con el anhelo de un futuro mejor, más igualitario y justo.
Lamentablemente, en los tiempos del propio Bloch esa tradición moderna de la utopía que liga su negación de la sociedad del ahora a una cierta mitificación del ayer que deriva una confianza (un tanto ciega) en las posibilidades que lo nuevo proyecta en el mañana, ya había comprobado las inmensas contribuciones que la innovación (sobre todo tecnológica) podía hacer al progreso de la barbarie... Y frente a las viejas utopías de la modernidad habían comenzado a surgir tempranas contrautopías (como Walden; or, Life in the Woods, 1854, de Henry David Thoreau, o Erewhon: or, Over the Range, 1872, de Samuel Butler) y maduras distopías (como Brave new world, 1932, de Aldous Huxley; Farenheit 451, 1954, de Ray Bradbury; o Do Androids Dream of Electric Sheep?,  1968, de Philip K. Dick) en las que el desarrollo tecnológico acababa por derivar en los más siniestros desmantelamientos humanos y sociales.
Pero esto bien lo sabía Paco Fernández Buey... Y supo integrarlo en su serena forma de lucha cotidiana para mostrarnos que, en este orden de cosas, no era tan malo ser antisistema. Aunque fuese con la simple palabra y desde una cátedra universitaria que, eso sí, siempre se quiso y se sintió calle.
Nacho Fernández del Castro, 4 de Septiembre de 2012

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