«El nuevo se detuvo a mirar a su
alrededor un minuto, para captar el ambiente de la sala de estar.
A un lado de la sala
están los pacientes más jóvenes, llamados Agudos porque los médicos suponen que
aún están lo suficientemente enfermos como para poder hacer algo con ellos;
practican pulsos y juegos de manos en los que se trata de sumar y restar y
contar tantas cartas y se adivina la carta escogida. Billy Bibbit intenta
aprender a liar cigarrillos perfectos y Martini va dando vueltas y descubre
cosas debajo de las sillas y de las mesas. Los Agudos se mueven mucho. Se
cuentan chistes y hacen muecas tapándose la boca (nadie se atreve a actuar
espontáneamente y soltar una carcajada, de inmediato aparecería todo el
personal con libritos de notas y un montón de preguntas) y escriben cartas con
lápices amarillos, gastados y mordidos.
Se espían unos a otros.
A veces uno dice algo personal que no tenía intención de revelar y alguno de
sus compañeros de mesa bosteza y se levanta y se desliza hasta el gran cuaderno
de bitácora junto a la Casilla
de las Enfermeras y escribe lo que acaba de oír; la Gran Enfermera dice
que ese cuaderno es de interés terapéutico para toda la galería, pero yo sé que
lo único que ella desea es obtener información suficiente para mandar a alguno
de los chicos al Edificio Principal, para que lo recompongan, lo examinen de
arriba abajo y resuelvan la cuestión.
A los tipos que anotan
algún dato en el cuaderno de bitácora se les señala en la lista con una
estrella y pueden acostarse tarde al día siguiente.
Al otro lado de la
sala, frente a los Agudos, se encuentran los desechos del Establecimiento, los
Crónicos. Éstos no están en el hospital para que los recompongan, sino
simplemente para evitar que corran por las calles y desprestigien el producto.
Los Crónicos no saldrán nunca de aquí, así lo admite el personal. Los Crónicos
se subdividen en Ambulantes que, como yo, aún pueden andar solos si se les
alimenta, en Rodantes y en Vegetales. En realidad, los Crónicos —o la mayoría
de nosotros— son máquinas con fallos sin reparación posible, fallos de origen,
o fallos que han ido formándose a lo largo de tantos años de darse con la
cabeza contra obstáculos impenetrables hasta que cuando el hospital da con el
tipo en cuestión éste sólo es un montón de chatarra abandonada en un erial.»
(Ken KESEY; La Junta, Colorado, Estados
Unidos, 17 de septiembre de 1935 - Pleasant Hill, Oregón,
10 de noviembre de
2001. Análisis del asilo psiquiátrico
por "Chief" Bromdem, amerindio narrador de
One Flew Over the Cuckoo's Nest –Alguien voló sobre el nido del cuco-, 1962.)
En
el texto, se retrata, en cualquier caso, un asilo
mucho más precario y más próximo a su residencia de entonces (el de Pendleton, en Oregón, que poco más tarde
se convertiría en la Eastern
Oregon Correctional Institution)... También más idóneo, seguramente, para
nuestra proyección.
Y
es que la humanidad del presente, en
un planeta en el que lo que realmente se globaliza
es la pobreza (extendiéndose del tercer al primer mundo), en el que de muchos modos podemos decir que “todos estamos oprimidos y alienados”
(por la miseria, por la precariedad, por el consumismo, por el ocio
basura, etc.), las gentes
comenzamos a dividirnos entre quienes todavía pueden ser de alguna utilidad
para que el gran negocio siga
funcionando (es decir, quienes pueden ser considerados recuperables, los Agudos)
y quienes, irrecuperables de todo
punto, deben ser simplemente aislados
para que sus desvaríos no perjudiquen la fluida continuidad de la ceremonia de la apariencia y sus
dividendos (o sea, los Crónicos)...
Por
eso, de los Agudos es necesario tener el mayor volumen de información posible (para eso están los grandes cuadernos de bitácora de los registros de consumo en las
cajas de las grandes superficies, los registros personales en la red, las
encuestas y otros métodos más directos de las autoridades)... De los Crónicos,
en cambio, las autoridades al servicio de los amos de la cosa pueden
desentenderse, dejándolos en manos de los que Pierre Bordieu, en sus Interferencias,
llamaba “profesionales del dolor”,
enseñantes, trabajadores sociales o jueces de primera instancia que, más allá
de la atención directa del Estado, se ven ante la realidad de esos Crónicos sin
más opciones de respuesta que el dolor.
No
obstante, no se preocupen, que, si alguien, esté en la Agudeza o en la Cronicidad, pretende “salir
por peteneras”, se le aplicará el tratamiento adecuado, reparador en un caso e inhibidor
en el otro.
El
propio Ken Kesey había sido cobaya humano
en Menlo Park para la Operación
MK Ultra, “programa de investigación” iniciado en 1953 por la Central Intelligence Agency (CIA) bajo el impulso de su
director de entonces, Allen Dulles, para buscar una droga de la verdad... Así
que allí había entrado en contacto, “patriótico”, con psicotrópicos como el peyote
o la dietilamida de ácido lisérgico (LSD), lo que luego le llevaría a ser pionero en la experimentación lúdica y creativa
con ese tipo de sustancias, dentro de The Merry Pranksters. Por desgracia, entonces como ahora, los
poderes establecidos no estaban para soportar los “desvaríos” (que más tarde
trivializaría el movimiento hippie)
de esos Alegres Bromistas... Y las
persecuciones policiales (de las mismas “fuerzas del orden”, en definitiva,
para las que había probado las drogas
psicodélicas) acabaron por agotarle y llevarle a una callejón sin salida
donde las formas expresivas, lejos de la irreverencia y la
imprevisibilidad
iniciales, se reiteraban hasta el hastío... Y el abandono.
Pero,
al menos, los que nos sentimos más Crónicos que Agudos no deberíamos tener
ninguna intención de abandonar, ¿no?.
Nacho Fernández del Castro, 21 de Septiembre de 2012
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