«Cuando el padre tuvo millones amasados por él y el primerío que
fue trayendo desde la lejana aldea asturiana, descubrió que era
época de casarse, que necesitaba una mujer para perpetuar la
familia, la suya propia, su estirpe de aldeanos milenariamente
aferrados a la pomarada y al maizal, a la espuerta y al cuido del
cerdo y la vaca, equilibrados en las almadreñas, con la boina y el
zurrón y a flor de labio una praviana, firmes en una sabiduría
telúrica. Ni padre ni madre acompañándolo en la aventura de
América. Viejos apegados ellos a la tierra nativa, al duro corte de
los picachos y al cencerro de las cabras mezclado al tintineo de la
campana de la ermita, suficiente todo para sus corazones sencillos.
Primerío tan solo en América a su alrededor. Y hasta esa frontera
del medio siglo, nada más que el afán de enriquecerse, de abrir
sucursales al negocio, de vender clavos y pernos, alcayatas y es
pañoletas, y todo el cesto que encierra una ferretería; de vender
y almacenar mercaderías y dineros. Sin descanso.»
(Marta BRUNET
CÁRAVES; Chillán, Región del Biobío, Chile, 9 de agosto de 1897 -
Montevideo, Uruguay,
27 de octubre de 1967. Inicio del “Capítulo 2: Raza de inmigrantes” de Amasijo, 1962.)
Y
por eso sembraron, con frecuencia, las inmediaciones de las pomaradas
originarias de ésta, su tierra natal, con palmeras orgullosas en su altura
dominante... Y construyeron mansiones de pretencioso barroquismo... Y
restauraron o construyeron relamidas iglesias aldeanas... Simples muestras,
frecuentemente inútiles, nunca utilizadas personalmente, de poderío.
Porque
la educación o la salud, y hasta la misma miseria ajena, también son su negocio... Como lo son los propios emigrantes.
Nacho Fernández del Castro, 22 de Septiembre de 2012
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