«El tirano debe revestirse con
una apariencia de devoción extraordinaria a la religión. Los súbditos son menos
aprehensivos ante un tratamiento ilegal proveniente de un gobernante a quien
consideran piadoso y respetuoso de la divinidad. Al mismo tiempo, se rebelan menos
fácilmente contra él, creyendo que tiene a los dioses de su lado.»
(ARITÓTELES; Estagira, 384 a.N.E. – Calcis, isla de
Eubea, 322 a.N.E.. Política.)
Hoy en día, los pseudodemócratas de la casta política que ejercen la representación de los amos del mundo,
aparentando defender los intereses de sus votantes,
bien pueden tornar la
Constitución en texto
sagrado para ser usado a conveniencia. Ante las muestras de devoción constitucional todos nosotros, súbditos en tiempos del ocaso del Estado-nación, tendemos a
mostrarnos más comprensivos con sus pequeñas tropelías, ilegalidades y
desafueros... Ante sus fervorosas menciones de la Carta Magna, acabamos por
creérnoslo y evitamos rebelarnos,
caemos en la silente sumisión proque,
al fin y al cabo, el nuevo libro sacro
está de su lado.
Pero, ¿qué hacer
cuando todo lo que hace esa casta
política en funciones de gobierno
(o sus alternativas en la oposición,
pues comparten la servidumbre a los
mismos amos) socava, precisamente, “la letra y el espíritu” de la propia
Constitución, cuando la ciudadanía asiste, más o menos atónita, al
desmantelamiento progresivo y acelerado de los derechos que allí se les reconocían?.
¿Pueden mirar a sus
colegas de partido y ejecutivo, conociendo sus familias, y hablar de entornos fascistas sin ponerse
coloradas?, ¿pueden hablar de que los manifestantes tratan de secuestrar la
“casa del pueblo” cuando, para defenderla, convocan a mil cuatrocientos
policías con todo su aparato represivo?... ¿Quién tiene el monopolio de la fuerza y lo ejerce bestialmente (cada día salen
imágenes más evidentes), más allá de cualquier prudencia racionalmente humana?.
Nacho Fernández del Castro, 25 de Septiembre de 2012
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