jueves, 6 de septiembre de 2012

Pensamiento del Día, 6-9-2012


«Quizás exista también un instinto de suministro de cuidados al pequeño una vez nacido, pero un instinto de gestación sería superfluo; o, ¿es que la naturaleza podría oponerse al control del hombre sobre la reproducción?. [...] El caso es que las mujeres no tienen ninguna obligación reproductiva concreta para con la especie. Si se muestran definitivamente reacias, será necesario desarrollar a toda prisa los métodos artificiales o, en caso extremo, proporcionar compensaciones satisfactorias… que harán que la gestación merezca pena.»
 (Shulamith Bath Shmuel Ben Ari Feuerstein, conocida como Shulamith FIRESTONE; Otawa, Canadá, 
7 de enero de 1945 – New York, Estados Unidos, 28 de agosto de 2012.  
The Dialectic of Sex: The Case for Feminist Revolution –La Dialéctica del Sexo. En defensa de la Revolución Feminista-, 1970 -1976 para la edición en castellano-.)
Vivimos en un tiempo confuso en el que los viejos ecos de la razón genética comienzan a ser cuestionados... Cobra aquí y ahora, por ello, mayor significado el último de los silencios agosteños que vamos a abordar, el de Shulamith Firestone, cuya relectura del Engels de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado: a la luz de las investigaciones de Lewis H. Morgan (1884) a través de los ojos de Simone de Beauvoir la llevó a concluir que  la maternidad definida como “la servidumbre reproductiva determinada por la biología” es la causa principal de la opresión de la mujer y, por tanto, la familia, como estructura que articula y perpetúa las práctica social derivada de tal concepción, el obstáculo que debe ser eliminado para una auténtica y completa liberación de la mujer.
Las mujeres no pueden, en tal sentido, asumir deber reproductivo alguno con respecto a la especie, pues la razón humana debe ser capaz de crear medios artificiales adecuados para cubrir tal necesidad de perpetuación biológica. Y, entre tanto, la lucha de las mujeres debe forzar a la sociedad para que esta articule las condiciones de posibilidad que hagan que el engendrar y gestar un nuevo ser merezca objetivamente (materialmente) la pena para la gestante.
Por supuesto, quedaría fuera de discusión el tema de la crianza, que ha de ser siempre confiada al Estado como único garante de un verdadero marco de igualdad en el que las niñas y los niños (la infancia como concepto, como la propia familia, es otro mito burgués) puedan desarrollar un auténtico amor entre iguales en pequeñas comunidades ajenas a la institución escolar.
Tales posiciones originarias del feminismo radical, aparte de poner en entredicho valores como la libertad o la pluralidad, capaces de matizar (e incluso enriquecer dialécticamente, hacer menos lineal, más compleja) la deseable igualdad, se deslizan peligrosamente por el tecnocentrismo y el optimismo tecnológico que caracterizaban la concepción de la historia del propio Marx... Acaso sea cierto que las nuevas tecnologías productivas disponibles hicieron más por la caída del esclavismo que cualquier Espartaco o por la desaparición del régimen feudal que cualquier revolucionario liberal, pero, mientras llegaron, muchas esclavas y esclavos, muchas siervas y siervos de la gleba sufrieron y murieron esperando que algo o alguien los liberase de su penoso destino... Es decir, lo indudable es que las necesidades de los colectivos oprimidos no provocan ni aceleran la investigación tecnológica relevante... Y, por otra parte, la tecnología puntera existente en cada momento histórico estará siempre en manos de los correspondientes amos del mundo: ¿cabe confianza u optimismo alguno con respecto a su uso liberador?.
¿Cabe, por ejemplo, confianza alguna en el desarrollo de las existentes tecnologías reproductivas y de la robótica para liberar a las mujeres de su carga genética con respecto a la gestación y crianza del futuro de la especie?. ¿Es ello preferible a la apuesta por la liberación de buena parte de esa carga en los hombres de los varones?.
Nacho Fernández del Castro, 6 de Septiembre de 2012

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