«Puedo
equivocarme, pero el muro contra muro, hoy en día, sirve de poco. En los
tiempos de la Revolución
industrial, destruir las máquinas no llevaba muy lejos: el problema era más
bien imaginar un nuevo y civilizado mundo del trabajo, e intentar hacerlo
realidad. Hoy la situación no parece muy distinta. Es intuyendo un nuevo mundo
como se puede soportar el impacto con la globalización: limitarse a defender lo
viejo, ¿a qué puede llevarnos?.
Por esto se me ocurre pensar que la idea de una globalización
“limpia” tiene que pasar, necesariamente, a través de una especie de revolución
cultural, que necesite que el mundo acepte pensar en el futuro, sin prejuicios,
y esté dispuesto a dejar de defender un presente que ya no existe. No creo que,
si existe una globalización “buena”, ésta puedan realizarla cerebros que
destruyen McDonald’s o sólo ven películas francesas. Pienso en algo distinto.
Pienso en gente convencida de que la globalización, tal y como nos la están
vendiendo, no es un sueño equivocado: es un sueño pequeño. Quieto. Bloqueado. Es un sueño en gris,
porque procede directamente del imaginario de ejecutivos y banqueros. En cierto
sentido, se trataría de empezar a soñar ese sueño en lugar de ellos, y de
hacerlo realidad. Es una cuestión de fantasía, de tenacidad y de rabia. Es tal
vez la misión que nos aguarda.»
(Alessandro
BARICCO;
Turín; 25 de enero de 1958. Next: Piccolo libro sulla globalizzazione e sul
mondo che verrà –Next: Sobre la
globalización y el mundo que viene -, 2001 -2002
para la versión castellana-.)
De
momento, la cosa tira, porque, mientras el Estado-nación
se va extinguiendo, mucha gente puede mantener rinconcitos de poder y
notoriedad social integrándose en la casta
política para ejercer como testaferros
de sus verdaderos representados, el poder económico transnacional, mientras
ante el pueblo, sus votantes, realizan
una simple representación de muy baja
calidad artística en el Gran Teatro del
Parlamento correspondiente y otras instituciones
moribundas.
Así
que resultan especialmente patéticas esa defensas airadas y patrióticas de esas
instituciones inerciales y
transformadas en una mera farsa al servicio del entretenimiento del pueblo para
beneficio de los poderosos... Y resulta patético muy especialmente cuando
sabemos que forma parte del propio espectáculo por venir de personas
(intelectuales y otras flores de tertulia) a las que se debe suponer
suficientemente enteradas de lo que pasa y a lo que se juega.
No
tiene ningún sentido, pues, oponer grandes gestos ni rasgarse las vestiduras
ante este ocaso del Estado-nación, pero dos de las cosas que aún le cabe hacer
al pueblo son, por un lado, denunciar claramente esta teatralización de la política (con una tramoya y unos apuntadores,
para colmo, cada vez más descaradamente visibles y ufanos) y, por otro,
defender a ultranza las “gotas de bienestar
público (salud, educación, pensiones, etc.)” que el capitalismo maduro hubo de ir salpicando en favor de la cohesión social y la disminución del conflicto.
Con
respecto a la primera cuestión es totalmente digno de reconocimiento el demonizado
aliento del 25 de Septiembre en su intento simbólico de rodear el Congreso... Con
respecto a la segunda cuestión sigue siendo necesario apuntalar los sindicatos
minoritarios que todavía ejercen su representación directamente en los centros
de trabajo o la escuela y el sistema de salud público como única garantía de
universalidad e igualdad de oportunidades.
Nacho Fernández del Castro, 27 de Septiembre de 2012
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