«Mi necesidad de seguir un comportamiento homicida a escala masiva no puede
remediarse, pero no tengo otra forma de realizarme.»
(Bret Easton ELLIS; Los
Ángeles, California, Estados Unidos, 7 de marzo de 1964.
Patrick Bateman en American
Psycho, 1991 –también
para la primera edición en castellano-.)
La falacia
de la realización ‘personal, tan
unida a los idealismos del “buen rollito”
(desde la vieja idea de la educación como
una suerte de florecimiento interior hasta la cultura del emprendimiento y, en general, las deversas
manifestaciones del anarcocapitalismo),
es utilizada con demasiada frecuencia para legitimar
psicológicamente todo tipo de comportamientos...
De
hecho, oímos mentar la realización
personal (más o menos perversa, más o menos apartada de los usos y
costumbres del momento y el lugar) para establecer casos donde la prostitución,
cierta violencia más o menos controlada o, si me apuran, hasta la esclavitud,
pueden ser admitidas con carta de naturaleza.
¿Qué pasaría, en el extremo, con quienes se
realizan sólo mediante una conducta criminal masiva y reiterada?... ¿Habría que
buscar un ámbito donde pudieran “realizarse” sin graves e irreversibles perjuicios
para terceras personas?... ¿Habría que considerarlos desviaciones irrecuperables
de lo humano y encerrarlos bajo siete llaves hasta que el deterioro biológico
haga su postrero trabajo?.
En realidad, situar la realización personal, más allá de cualquier referencia comunitaria, como núcleo exclusivo (o siquiera
fundamental) de los procesos educativos
y, en general, de socialización, es
la trampa de la que se vale el sistema
capitalista, la ideología liberal,
y la apuesta “moral” por la competencia
como valor central, para fragmentar las
sociedades hasta producir una individualización
que deje a las personas, como sujetos
aislados en su propia subjetividad,
inermes ante los intereses y caprichos
de los grandes poderes (económicos)... No
basta realizarse a partir de una buena
integración con los demás y con la naturaleza; es más, tan actitud resultaría
nociva para el verdadero motor del
progreso: la competencia. el
permanente esfuerzo por ser mejor que los demás en lo que uno hace para “sacarlos
del mercado”.
Para redondear ese proceso, en todo caso, es
necesario eliminar el mal del universo de discurso... La
ciudadanía no puede actuar bien (por
muy solidaria que sea su conducta) o mal
(por muy homicida que sea su comportamiento), sino sólo de forma competente o
incompetente.
Lo demás es mera desviación psicológica, simple locura...
Y por eso el Estado debe conservar la única función de legislar esa normalidad y actuar en consecuencia contra las
anormales disidencias.
Nacho Fernández del Castro, 11 de Noviembre de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario