martes, 5 de noviembre de 2013

Pensamiento del Día, 5-11-2013



«En la actualidad, todavía es frecuente oír hablar a ciertos psicólogos de la desigualdad mental de las razas humanas y de las clases sociales. Por de pronto, es preciso enfrentarse con algunos hechos innegables y tratar de interpretarlos. Así por ejemplo, es cierto que la población negra de Estados Unidos posee, como conjunto, un coeficiente intelectual inferior al de la población blanca, y también es igualmente cierto que las puntuaciones que los hijos de los obreros alcanzan en las pruebas de inteligencia son, en términos de promedios estadísticos, inferiores a las que consiguen en las mismas pruebas los hijos de los empresarios, intelectuales y altos funcionarios.
        Estos datos son, sin duda, innegables, pero hay que interpretarlos. En realidad, tales datos no prueban lo que con ellos se pretende probar. Su valor es el mismo que tendrían unas estadísticas en que se demostrara que los hijos de las familias acomodadas, donde se come bien, están mejor nutridos que los hijos de las familias pobres, donde se pasa hambre: las diferencias de peso entre unos y otros podrán ser tan dramáticas como se quiera, pero no probarán sino que unos comen mientras otros pasan hambre.
        Primeramente hay que constatar que las llamadas pruebas de inteligencia no miden exclusivamente la capacidad intelectual innata de los individuos: son pruebas contaminadas por la cultura, en el sentido de que, además de la inteligencia “natural”, miden también el nivel de conocimientos que el sujeto ha adquirido en virtud de su educación. Las llamadas pruebas de inteligencia pura no existen, entre otras cosas porque la inteligencia humana no es una capacidad vacía, sino una capacidad que se actualiza siempre en una cultura concreta. Por consiguiente, los niños que han recibido una educación inferior se hallan, como es natural en inferioridad de condiciones para contestar a unas pruebas que presuponen unos conocimientos culturales.
        Dadas tales condiciones, lo lógico para averiguar si en efecto, las razas “de color” o las “clases bajas” son mentalmente inferiores a la raza blanca y a las clases altas, debe consistir en algo más que en la constatación de unas diferencias, que obedecen a la diversidad de condiciones culturales.
        Efectivamente, se han hecho numerosos experimentos que ponen de manifiesto que en igualdad de condiciones educativas, las diferencias raciales y sociales son por término medio inexistentes.
        La conclusión, por tanto, es evidente: el rendimiento intelectual de las distintas razas y clases sociales podrá variar a tenor de las circunstancias, pero la capacidad de todas ellas parece la misma, a despecho del color de la piel o del estrato social.»
 
 (José Luis PINILLOS DÍAZ; Bilbao, Vizcaya, 11 de abril de 1919 - Madrid, 4 de noviembre de 2013,  
Premio Príncipe de Asturias de Ciencias sociales 1986. La mente humana, 1970 -neva edición de 2001-.)
En realidad toda la construcción de sistemas educativos prejuiciados por la presunción de que la procedencia de clase social o contexto sociocultural determina el rendimiento escolar (e intelectual, en general) no es más que una profecía que se cumple a sí misma, en el mejor de los casos... O, en el peor (en el ideológicamente más reaccionario), la firme voluntad política de, prietas las filas, perpetuar las diferencias socioeconómicas camuflándolas como “desigualdades mentales”... Y ahorrándose la inversión compensatoria que hasta la concepción de la justicia del liberalismo procedimental rawlsiano exigiría para eliminar las desventajas de partida.
Así la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa “predice” en función de estatus, previendo (léase “constatando tempranamente”) quienes podrán dedicarse alegremente a los gozos infinitos de la cultura del emprendimiento (contando con la red de sus muelles apoyos familiares) para separarlos de la chusma que, futura mano de obra barata cuando no simple excedente humano, habrá de conformarse con el consuelo de la Religión (católica), que, eso sí, le será ofrecido hasta si se equivoca y, no haciendo caso de las profecías, se mete en Bachillerato.
Hasta Pinillos, que desde ayer ya no podrá seguir hablando, se sacudió tantas ambigüedades y contradicciones como jalonaron su vida para asumir su papel de gran padre de la Psicología científica en España entrando en el tercer milenio con una clara deslegitimación científica de la creencia en cualquier determinación de las diferencias mentales (o comportamentales) a partir de las diferencias de estatus o clase social.
Pero Wert no debió leerlo... O, lo que es más probable, no quiso entenderlo y sacar las pertinentes consecuencias.
Nacho Fernández del Castro, 5 de Noviembre de 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario