«En
la actualidad, todavía es frecuente oír hablar a ciertos psicólogos de la
desigualdad mental de las razas humanas y de las clases sociales. Por de
pronto, es preciso enfrentarse con algunos hechos innegables y tratar de
interpretarlos. Así por ejemplo, es cierto que la población negra de Estados Unidos
posee, como conjunto, un coeficiente intelectual inferior al de la población
blanca, y también es igualmente cierto que las puntuaciones que los hijos de
los obreros alcanzan en las pruebas de inteligencia son, en términos de
promedios estadísticos, inferiores a las que consiguen en las mismas pruebas
los hijos de los empresarios, intelectuales y altos funcionarios.
Estos
datos son, sin duda, innegables, pero hay que interpretarlos. En realidad,
tales datos no prueban lo que con ellos se pretende probar. Su valor es el
mismo que tendrían unas estadísticas en que se demostrara que los hijos de las
familias acomodadas, donde se come bien, están mejor nutridos que los hijos de
las familias pobres, donde se pasa hambre: las diferencias de peso entre unos y
otros podrán ser tan dramáticas como se quiera, pero no probarán sino que unos
comen mientras otros pasan hambre.
Primeramente
hay que constatar que las llamadas pruebas de inteligencia no miden
exclusivamente la capacidad intelectual innata de los individuos: son pruebas
contaminadas por la cultura, en el sentido de que, además de la inteligencia
“natural”, miden también el nivel de conocimientos que el sujeto ha adquirido
en virtud de su educación. Las llamadas pruebas de inteligencia pura no
existen, entre otras cosas porque la inteligencia humana no es una capacidad
vacía, sino una capacidad que se actualiza siempre en una cultura concreta. Por
consiguiente, los niños que han recibido una educación inferior se hallan, como
es natural en inferioridad de condiciones para contestar a unas pruebas que
presuponen unos conocimientos culturales.
Dadas
tales condiciones, lo lógico para averiguar si en efecto, las razas “de color”
o las “clases bajas” son mentalmente inferiores a la raza blanca y a las clases
altas, debe consistir en algo más que en la constatación de unas diferencias,
que obedecen a la diversidad de condiciones culturales.
Efectivamente,
se han hecho numerosos experimentos que ponen de manifiesto que en igualdad de
condiciones educativas, las diferencias raciales y sociales son por término
medio inexistentes.
La conclusión, por tanto, es evidente:
el rendimiento intelectual de las distintas razas y clases sociales podrá
variar a tenor de las circunstancias, pero la capacidad de todas ellas parece
la misma, a despecho del color de la piel o del estrato social.»
(José Luis PINILLOS DÍAZ; Bilbao,
Vizcaya, 11 de abril de 1919 - Madrid, 4 de noviembre de 2013,
Premio Príncipe de Asturias de Ciencias
sociales 1986. La mente humana, 1970 -neva edición de 2001-.)
Así la
Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa
“predice” en función de estatus, previendo (léase “constatando tempranamente”)
quienes podrán dedicarse alegremente a los gozos infinitos de la cultura del emprendimiento (contando con
la red de sus muelles apoyos familiares) para separarlos de la chusma que,
futura mano de obra barata cuando no simple excedente humano, habrá de
conformarse con el consuelo de la
Religión (católica), que, eso sí, le será ofrecido hasta si
se equivoca y, no haciendo caso de las profecías, se mete en Bachillerato.
Pero Wert no debió leerlo... O, lo que es
más probable, no quiso entenderlo y sacar las pertinentes consecuencias.
Nacho
Fernández del Castro, 5 de Noviembre de 2013
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