«Vuela el
mal con pies de pluma,
viene el
bien con pies de plomo...»
(TIRSO
DE MOLINA, pseudónimo literario de fray Gabriel
TÉLLEZ; Madrid, 24 de marzo de 1579 -
Almazán, Soria, 12 de marzo de 1648. Don Martín en Don Gil de las calzas verdes. Acto Tercero, estrenada en Toledo en 1615 y
publicada en la Quarta parte de las comedias del Maestro Tirso de
Molina, 1635.)
La cosa es así: se construyen unas bases normativas acordes con las cosmovisiones más convenientes a los deseos del amo (cuestiones como “el éxito o el fracaso son cuestiones
meramente personales que dependen básicamente de las ambiciones y el esfuerzo
invertido por cada cual”, “las cosas se mueven en función de las iniciativas particulares
y sólo ellas garantizan un progreso permanente e ilimitado”, “todo lo público y
universal supone en alguna medida un ataque a la libertad individual y resulta
improductivo y antieconómico”, etc., que se proyectan en leyes concretas desreguladoras de
actividades y mercados)... Y, a partir de ahí, se sigue un proceso de “naturalización” (incluso un poco más
allá del mero consensuaqlismo) de esas normas, potenciado por toda la
maquinaria de las grandes industrias
culturales, de tal suerte que cualquier violación
de las mismas (o la simple resistencia
o disidencia públicas) aparezca como
una desviación de la propia “naturaleza
de las cosas”, es decir, no como un acto de maldad en sí (como la transgresión
de convenciones sociales), sino como
una manifestación de locura.
Psicopatologizar
el conflicto y los problemas sociales
(tal como muestran la proliferación mediática
de la auto y heteroayuda o el florecimiento de una casta de expertas y expertos en restaurar los desarreglos cotidianos)
es, pues, la punta visible del amenazante iceberg que congela nuestra ciudadanía eliminando de su horizonte la
posibilidad misma de obrar mal... Así
que se van elaborando nuevas normas ad
hoc en respuesta a cada nueva forma de rebeldía
(escrache, actos simbólicos en
instituciones públicas o privadas, protestas de gran visibilidad pública, difusión
de imágenes inequívocas de represión, etc.) y ampliando con ello ese espacio de
las “desviaciones” que se acerca cada día más al punto de masa crítica en el que
supere al propio ámbito, mantenido ya sólo por el miedo, de la supuesta “normalidad”.
Pero lo cierto
es, y cada cual lo sabe a su manera (mucha gente hasta le vota), que el mal sigue existiendo como existía en el
siglo XVII... Y, aquí y ahora, vuela
más con pies de pluma de lo que suponía
Tirso entonces, porque, ladino y torticero, se refugia en los pequeños y
grandes cenáculos del poder... Para que el bien
acumule tanto plomo en los pies que sólo acierte ya a arrastrarlos por la solidaridad entre iguales.
Nacho Fernández del Castro, 15 de Noviembre de 2013
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