«Disfrutar de la lentitud. Escuchar el perfume de los
colores. Todas esas cosas que el mundo quiere prohibirte...»
(Frédéric BEIGBEDER;
Neuilly-sur-Seine, Île de France, Francia, 21 de
septiembre de 1965.
Evocación de Marc Marronnier en L'amour dure trois ans –El amor dura tres años-, 1997
-2003
para la primera edición en castellano-.)
Este mundo difuso está
empeñado, sin que acertemos siquiera a señalar muy bien los máximos
responsables, en prohibirnos los
disfrutes más sencillos, más cotidianos,
más gratuitos...
¡Ah!, será por eso. Sentir el gozo de hacer las
cosas pausadamente, con el ritmo preciso para poder realizar-nos en nuestro propio hacer y deleitarnos calmadamente con
sus resultados, es, de momento, gratis. O sea, que está fuera del mercado, la cultura
del emprendimiento y los negocios.
Pero, bueno, todo se andará... Que por ahí resuenan
ya con fuerza, cual los claros clarines de Rubén Darío, las voces altisonantes del
anarcocapitalismo y del Business Process
Management de “buen rollito” agitando a los cuatro vientos postmodernos (que todo vale, oiga) su bandera de la
necesidad de convertir toda afición
personal o colectiva en espectáculo y
negocio.
¿Cabe aún reclamar y recuperar la sabrosa calma de la cocina de la abuela para cada uno de nuestros haceres y saberes?... Por suepuesto que cabe y es un deber inexcusable para devolver, más allá
de tantas prisas absurdas impuestas por no se sabe qué ni quién, algo de humanidad a nuestros actos... Hacer todo
con esa mágica lentitud con la que cocinaba la abuela (sabiendo que el abuelo
también debiera haberlo hecho) es hoy, desbordando las falaces comodidades de
todos los robots de cocina y aún de
las ollas express en el centenario
del nacimiento de un díscolo maravillosamente humano como Albert Camus, un principio de rebeldía y rehumanización.
Nacho
Fernández del Castro, 7 de Noviembre de 2013
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