miércoles, 20 de noviembre de 2013

Pensamiento del Día, 20-11-2013



«Aparecieron sus dos amados alcatraces, exactamente como los había querido, frente al muro jaspeado de mugre, la sombra en el tallo largo que se perfila y culmina en la deslumbrante blancura de las copas, la savia en las fibras del pétalo terminada en esa aguja negra, preludio de muerte. En lo bello está implícita la crueldad, en la naturaleza hay una falla, la muerte que recorre el camino inverso a la vida, Dio, que no se me vaya. Su ojo derecho contra la lente, sin respirar, tensa, clic, la foto tomada, la emulsión repetía el milagro. Colgó la copia a secar, como una pequeña sábana de su imaginación...»
 




(Elena PONIATOWSKA AMOR; París, Francia, 19 de mayo de 1932; Premio Cervantes 2013. Tinísima, 1992.)



Decir imágenes es  raro talento, está al alcance de muy pocos seres humanos... Y Elena Poniatowska, esa mexicana nacida en París de ascendientes polacos a la que sus compatriotas llaman Elenita,  demostró repetidamente que, más allá de los debates más o menos rastreros sobre la precisión de algunos datos presentes en sus crónicas narrativas más celebradas, lo poseía sobradamente.
Al igual que su “novelada” Tina Modotti poseía la virtud recíproca: la de captar imágenes que decían mucho.
Ambas sabían, en realidad, que en medio de la belleza siempre habita la crueldad, que en toda entrega aparecen rastros de egoísmo, que sobre la vida acecha siempre la muerte... Pero también lo contrario.
Así que por eso merece la pena seguir (como ellas hicieron siempre) luchando, para intentar, aunque hay de ser con más voluntad que esperanza, disipar algunas sombras... Y que, incluso, alguna vez (aunque nunca importe demasiado) alguien puede llegar a valorar ese esfuerzo.
Nacho Fernández del Castro, 20 de Noviembre de 2013

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