viernes, 8 de noviembre de 2013

Pensamiento del Día, 8-11-2013



«...Pregunta: Doña María Fernanda Ladrón de Guevara, su madre, le enseñó muchas cosas.
Respuesta: Sí. Más que a ser actriz, más que nada, mi madre me enseñó a envejecer con alegría. Que tengo años, pues qué bueno. Voy a cumplir 70 en febrero, y encantada, porque si no los cumpliera es que no estaría en este mundo. Llevarlo lo mejor posible. Tampoco tienes que ser una vieja cachucha, decir ya no me arreglo, ya ni me pinto, me afeito la cabeza y me voy con el Dalai Lama. No. Los vives lo mejor posible. Otra cosa que decía mi madre es que la vejez es la falta de curiosidad. Yo todavía tengo curiosidad por las cosas.
P.: El mundo que la rodea, ¿qué le parece?.
R.: He vivido cosas peores. Una guerra nuestra, espantosa, cantidad de temblores, terremotos. Con todos los años que tengo he vivido muchísimas cosas, pero soy bastante optimista. Lo peor es cuando van desapareciendo los amigos, lo que ha sido tu mundo. Yo, por ejemplo, veo una película mía de hace 30 años... En este momento nada más quedamos dos personas vivas de cuantas hicimos El clavo: el gerente de producción, Enrique Balaguer, que, gracias a Dios, está como un sol, y yo.
P.: Fue usted siempre rebelde e independiente. Tuvo una hija estando soltera. Duro para la época, ¿no?.
R. Sí, pero tampoco ahora es una gracia. Quise tener a mi hija y no casarme, por mi voluntad. En aquella época, todas las proposiciones matrimoniales incluían que me retirara, y yo quería seguir con mi carrera, vivir normalmente. Eran tiempos en que te casabas para siempre, no había divorcio y no podías ni salir del país porque figurabas en el pasaporte de tu marido. Y yo era y soy independiente. Mi madre me aplicó el refrán de los chinos: me dio una caña y me. enseñó a pescar.
P.: A estas alturas, ¿qué es lo que la rebela?.
R.: A mí, pocas cosas me han sacado de quicio, pero una de ellas es la injusticia, que siempre me revuelve. Lo que está pasando en Ruanda, lo que pasa en todos esos sitios, eso es una injusticia. Sobre eso, una no tiene poder, no puedes hacer nada. Mandar dinero, sí, pero ¿qué solucionas? ¿tú has visto que imágenes? Y te dices, ¿cómo será posible que yo me queje porque hace calor? Pero por lo demás, por estupideces, ya no me llevo ningún disgusto, y por cosas relativamente importantes, tampoco. Yo me acuesto todas las noches con Amparo Rivelles, y quiero estar contenta con ella y dormir divinamente...»
 
 (María Amparo RIVELLES Y LADRÓN DE GUEVARA; Madrid, 11 de febrero de 1925 - 
7 de noviembre de 2013. Algunas respuestas en “Envejecer es la falta de curiosidad”,  entrevista realizada por Maruja Torres para su sección “Entrevista: Mujeres” de El País, 6-8-1994.)
Las buenas rebeldías, las posturas más válidas ante el mundo, el empleo de la propia voluntad de ser como resistencia, son, con mucha frecuencia, más bien calladamente prácticas y nada grandilocuentes.
Así, Amparo Rivelles, situada en medio de una saga de gentes de la farándula y vinculada por necesidades laborales a los grandes nombres del primer cine franquista como primera gran estrella femenina de la mírtica productora Cifesa (desde su debut con Armando Vidal en 1940, Mary Juana; hasta hacerse la Malvaloca de Luís Marquina en 1942; ser Eugenia de Montijo para Jose López Rubio en 1944; tener La fe para Rafael Gil y sentir Angustia para José Antonio Nieves Conde en 1947; o ser La leona de Castilla para Juan de Orduña en 1951 en casi un par de docenas películas entre las más populares de la época, supo aprovechar un traslado teatral a México para una representación de seis semanas a mediados de los años cincuenta del pasado siglo para, en compañía de María Fernanda, su “hija de soltera”, quedarse ¡24 años! respirando un aire fresco muy distinto (y distante) al de la opresiva atmósfera de la dictadura española.
Allí, aparte de padecer nuevos golpes como la prematurísima muerte de su nieto, seguir su relevante carrera teatral ya cultivada con gran éxito en España (desde el debut en 1939 con El compañero Pérez hasta sus interpretaciones de personajes de José Zorrilla, Jacinto Benavente, Enrique Jardiel Poncela, Miguel Mihura, Antonio Quintero y hasta Jean-Paul Sartre) y convertirse en la gran estrella de las telenovelas mexicanas, afianzó una carrera cinematográfica muy distinta que la llevó a filmar con el mismísimo Orson Welles (Mister Arkadin, 1955) o con Tulio Demicheli (La herida luminosa, 1956; o El amor que yo te di, 1959)... ¡E incluso se permitió rechazar un papel en la obra coral El ángel exterminador (1962) de Luís Buñuel por la pretensión del productor, Gustavo Alatriste, de privilegiar en el cartel el nombre de su esposa Silvia Pinal!.  
Así que su retorno a España, casi un lustro después de la muerte del dictador, fue verdaderamente estelar: cine con José Sacristán (Soldados de plomo, 1983), José Luís García Sánchez (Hay que desacer la casa, 1986, por la que recibiría el primer Goya a la Mejor Actriz Protagonista), Josefina Molina (Esquilache, 1989, por la que sería candidata al Goya a la Mejor Actriz de Reparto), o Pedro Olea (El día que nací yo, 1991), para despedirse con un cortometraje de Juan Cruz (El olor de las manzanas, 1999); y teatro para subir a las tablas bajo la dirección de lo más florido de dramaturgia española (Gustavo Pérez Puig, Adolfo Marsillach, José Luís Alonso, Carlos Pérez de la Fuente o Lluís Pasqual) a Fernando de Rojas, Benito Pérez Galdós, Miguel Mihura, Alejandro Casona, Santiago Moncada, Sebastián Junyent, Jean Cocteau, Jean Giraudoux, Alfred Uhry, David Hare, o versiones de Oscar Wilde desde la pluma de Ana Diosdado, para acabar (2006) con La duda, una versión de El abuelo galdosiano, habiendo recibido, entre otros muchos, el Premio Nacional de Teatro 1986; y en la televisión (Los gozos y las sombras, 1982, de Rafael Moreno Alba; o La Regenta, 1995, de Fernando Méndez-Leite para TV1; para acabar con Una de dos, 1998-1999)


Una vida de trabajo y voluntad de ser para provocar sonrisas y lágrimas frente al dolor y la injusticia de un mundo inhóspito. En el que, acaso, hasta para poder respirar había y hay que, de alguna forma, asumir los mejores legados... Y huir de tanto desamparo.
Nacho Fernández del Castro, 8 de Noviembre de 2013

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