«Así es nuestro tiempo. El mundo cruje y amenaza derrumbarse, ese mundo
que, para mayor ironía, es el producto de nuestra voluntad, de nuestro
prometeico intento de dominación. Es una quiebra total. Dos guerras mundiales,
las dictaduras totalitarias y los campos de concentración nos han abierto por
fin los ojos, para revelarnos con crudeza la clase de monstruo que habíamos
engendrado y criado orgullosamente.»
(Ernesto SABATO; Rojas, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 24 de junio de 1911 -
Santos Lugares, Partido de Tres de Febrero, Gran Buenos Aires, 30 de abril de 2011;
Premio Miguel de Cervantes 1984. Párrafo de la “Introducción” a Hombres y engranajes, 1951.)
No deja de ser curioso, cuando uno relee
textos escritos antes de estar en este mundo y que le impresionaron vivamente
en el momento de leerlos hace varias décadas, encontrarse con mensajes tan
aplicables al tiempo presente...
En
efecto, como anunciaba Sábato, ¡en 1951!, hoy, aquí y ahora, acaso más que
nunca, “el mundo cruje y amenaza derrumbarse”.
Y
no, no es uno de esos tópicos
transtemporales que se convierten en cliché
útiles para cualquier conversación no demasiado profunda sobre “lo que pasa” (la vida se está poniendo imposible, la
juventud está perdida, esto no hay quien lo pare, necesitamos un líder con
criterio y carisma o hasta la eterna crisis
del teatro)... En realidad, la globalización
del oprobio bajo las ínfulas de un neoliberalismo
rampante ha dinamitado definitivamente el mundo moderno eliminando cualquier valor intrínseco de los seres
humanos, cualquier dignidad
derivada directamente del hecho de serlo, y tratando a las personas como una mercancía
más que sólo cobra valor en
referencia a algún tipo de mercado
(de consumo –incluyendo ya la salud o la educación como productos-,
de trabajo –extendiendo la precarización laboral hacia la semiesclavitud-,...).
Ya
no hay propiamente ciudadanía, sino sectores de consumo (incluyendo el político-representacional), recursos laborales tipificados y más o
menos flexibles (léase sumisos),
etc.. La modernidad, que con todos sus desmanes creó al menos los derechos
universales como una suerte de horizonte moral que permitía reconocerlos y
denunciarlos como tales, ha muerto.
Pero
no seré yo (ni ya el pobre Sábato, claro está) el que diga ¡viva el “todo vale”!.
Nacho Fernández del Castro,
31 de Octubre de 2013
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