«-¿Y la escuela?. ¿Por qué no vas a la escuela, Nini?.
-¿Para qué?.
-Mira que preguntas. Para aprender.
-¿Se aprende en la escuela?. [...]
-Pero antes debes saber que con un poco de esfuerzo el Nini podría aprender muchas cosas, tantas cosas como pueda saber un ingeniero, ¿te das cuenta?.
El Ratero se rascó ásperamente la boina:
-¿Esos saben? – preguntó.»
(Miguel DELIBES SETIÉN; Valladolid, 17 de octubre de 1920 – 12 de marzo de 2010. Las ratas, 1962.)
Cada día que pasa debemos preguntarnos con más motivo si, en una institución que ha renunciado casi totalmente a los ideales emancipatorios que alentaron su origen ilustrado, ese “¡Atrévete a saber!” kantiano, aún se puede aprender algo... Sobre todo, si puede aprender algo quien nace condenado a la mera y casi quimérica supervivencia.
Perdida entre rituales burocráticos, caprichos políticos, rigideces espaciotemporales, desconexiones de los discursos prescriptivos con la realidad cotidiana, o una débil y superficial actualización, la escuela apenas enseña ya nada que vaya más allá del respeto a las ceremonias, por incongruentes que éstas puedan resultar... Es decir, volcada ya sin rubor en una tarea normalizadora, también originaria, se constituye en baluarte del aprendizaje sistemático de la sumisión. Algo muy útil, desde luego, para las nuevas condiciones de los raquíticos mercados laborales.
Nacho Fernández del Castro, 9 de Febrero de 2012
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