lunes, 12 de marzo de 2012

Pensamiento del Día, 12-3-2012

«El papel que desempeño hoy en la vida pública es el de una figura distinguida (distinguida por lo que nadie puede recordar muy bien), la clase de persona notable a la que se saca del lugar donde está almacenada y se le quita el polvo para que diga unas pocas palabras en un acontecimiento cultural y luego vuelven a meterla en el armario. Un destino apropiadamente cómodo y provinciano para un hombre que medio siglo atrás se sacudió de los pies el polvo de las provincias y entró resueltamente en el gran mundo para practicar “la vie bohème”.»
(John Maxwell COETZEE; Ciudad del Cabo, Provincia del Cabo Occidental, Sudáfrica, 9 de febrero de 1940. Diario de un mal año, 2007.)
Mientras el poder político de cada sociedad, de nuestras sociedades del aquí y el ahora, cambia libertad y derechos por una supuesta seguridad de porras, ordenanzas reguladoras de la convivencia y guardias jurado, los instrumentos de control social simbólicos (medios de comunicación) y materiales (policías y jueces) se dedican afanosamente a allanarles el camino contribuyendo con afán, desmedido a veces, a la construcción y consolidación del imaginario del miedo.
Así, será más fácil luego gestionar políticamente ese miedo en forma de normas: desde las reformas laborales regresivas (vendiendo el retorno al siglo XIX como lo moderno y necesario para estos tiempos) hasta las videovigilancias sumisamente aceptadas   en cualquier espacio público (como un “mal menor” ante variopintas y, casi siempre, desconocidas amenazas), pasando por el sometimiento de cualquier expresión de vida (sobre todo si es colectiva) a norma.
Alguien, yo mismo, puede despotricar contra este estado de cosas... Pero, mientras no genere movimientos colectivos fuera de control, su discurso disidente será utilizado, de vez en cuando, por el poder como la “prueba del algodón” de su apuesta por la libertad de pensamiento y expresión. Dicho en plata, quien discrepa desde la mera subjetividad estará contribuyendo a legitimar esa gestión política del miedo como una figura decorativa que los gestores tienen almacenada y sacan a relucir, desempolvada y bohemia,  para que suelte su perorata díscola cuando les resulte más conveniente
Nacho Fernández del Castro, 12 de Marzo de 2012

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