sábado, 17 de marzo de 2012

Pensamiento del Día, 17-3-2012

«¿Qué podía escribírsele a un hombre de este tipo, que, evidentemente, se había enclaustrado, de quien se podía tener lástima, pero a quien no se podía ayudar?. ¿Se le debía quizá aconsejar que volviese a casa, que trasladase aquí su existencia, que reanudara todas sus antiguas relaciones amistosas, para lo cual no existía obstáculo, y que, por lo demás, confiase en la ayuda de los amigos?. Pero esto no significaba otra cosa que decirle al mismo tiempo, con precaución, y por ello hiriéndolo aún más, que sus esfuerzos hasta ahora habían sido en vano, que debía, por fin, desistir de ellos, que tenía que regresar y aceptar que todos, con los ojos muy abiertos de asombro, lo mirasen como a alguien que ha vuelto para siempre; que sólo sus amigos entenderían y que él era como un niño viejo, que debía simplemente obedecer a los amigos que se habían quedado en casa y que habían tenido éxito.»
 (Franz KAFKA; Praga, 3 de julio de 1883 – Kierling, cerca de Klosterneuburg, Austria, 3 de junio de 1924.  
La condena, 1912.)
La apuesta por “buscarse la vida” lejos del terruño es una constante a lo largo de la historia para las gentes perseguidas y/o desposeídas de la tierra. Y hoy es una opción, casi ya la principal opción, también para una juventud, que a nuestro alrededor, se forma sin encontrar ámbitos cercanos donde validar esa formación más allá de la precariedad y el absurdo (con frecuencia, ni siquiera “pasando por el aro” de la precariedad y el absurdo). Es lo que las asociaciones empresariales y los economistas neoliberales llaman una generación sobre-formada; o sea, hablando en plata, una generación demasiado instruida para dejarse sobre-explotar alegremente sin buscar otras alternativas (por desgracia, habitualmente individuales, que en eso sí ha tenido éxito el imaginario social dominante).
Pero ese imaginario viene precisamente determinado por el éxito (primero económico y, luego, social) lo más fácil y rápido posible... Así que, cuando cientos, miles de esas personas, hoy jóvenes, se encuentren en plena madurez con la sensación de que se han desplazado para nada (o para muy poco), que en ninguna parte “ataban los perros con longanizas”, que sus amistades que resistieron en el terruño han sido acaso más felices, ¿quién les ayudará a superar esas percepciones del fracaso personal, a redefinir las vivencias de los años perdidos, a acumular valentía bastante para afrontar tal vez un retorno sin gloria?... Desde luego, seguro que no serán quienes hoy manejan el sistema (los amos del mundo y sus testaferros políticos) que ha provocado esa situación. Y tampoco, con toda probabilidad, sus herederos.
Nacho Fernández del Castro, 17 de Marzo de 2012

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