domingo, 18 de marzo de 2012

Pensamiento del Día, 18-3-2012


«El amor de la Patria es una de las principales obligaciones de todos los españoles y, asimismo, el ser justos y benéficos.»
 (DON FERNANDO SEPTIMO -San Lorenzo de El Escorial, 14 de octubre de 1784 - 
Madrid, 29 de septiembre de 1833-, por la gracia de Dios y la Constitución de la Monarquía española, 
Rey de las Españas, y en su au­sencia y cautividad la Regencia del reino, nombrada por las 
Cortes generales y extraordinarias, a todos los que las presentes vieren y entendieren, sabed: 
Que las mismas Cortes han decretado y sancionado la siguiente  
CONSTITUCION POLITICA DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA. TITULO 1: DE LA NACIÓN ESPAÑOLA Y DE LOS ESPAÑOLES; CAPÍTULO II: De los españoles; Art. 6. 
Cádiz, Dieciocho de Marzo del año Mil ochocientos doce.)
Embriagados por el espíritu del más sano liberalismo, con la emoción de promulgar lo que suponían la disolución formal de siglos de tradicionalismo y castiza ignorancia, ansiosos de futuros ilustrados, progreso social y otros sueños (que se develarían mitos), los padres (madres, claro, no había en aquellas Cortes parturientas) de “la Pepa” se pasaron varios pueblos en su confianza en la naturaleza humana (al menos en la naturaleza de la humanidad de las Españas). ¿Cómo hacer que amar la Patria y ser justo y benéfico se inserte en la esencia de la ciudadanía como la primera de sus obligaciones?. Evidentemente, de ningún modo.
Precisamente la modernidad política en el proceso de constitución de los Estados-nación consiste, en buena medida, en el despegue de las raíces éticas (y étnicas) de la adscripción de la ciudadanía... Uno puede ser ciudadano de un Estado (frecuentemente no tiene otro remedio que serlo) sin sentir ni proclamar su amor a la patria que representa, sin creer en la justicia que en él se practica (aunque deba padecerla) y sin mostrarse benéfico con sus conciudadanos (salvo por motivos meramente prudenciales). Pero hoy, lejos ya las autoridades de esa vieja confianza. hasta quienes se dicen liberales apuestas por normativizar la obligación de amar la patria, de ser justos y benéficos, regulando las conductas de demuestran su cumplimiento y sancionando la ausencia de ellas: para cumplir esas obligaciones no se ha de practicar o ensalzar ningún tipo de violencia (salvo la institucional, por supuesto), no se ha de participar en botellones u otras juergas callejeras (aunque uno pueda emborracharse y desbarrar pagando en los locales más selectos), no se ocupará el espacio público (salvo los negocios privados al que los ayuntamientos se lo alquilen),... Cada día nuestros pasos están más sometidos a la voluntad de legisladores y leguleyos, y a los designios del “espíritu emprendedor” de sagaces empresarios.
Por eso, recordando la ingenuidad buenista de aquellos auténticos liberales que confiaban en el mañana, sólo podemos gritar con el pueblo (el de entonces y el de ahora) “¡Viva la Pepa!”.
Nacho Fernández del Castro, 18 de Marzo de 2012

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