martes, 20 de marzo de 2012

Pensamiento del Día, 20-3-2012


«Al cabo de lo que le pareció una eternidad, el pobre muchacho herido se vio otra vez en condiciones de andar y, a partir de ese momento, su recuperación fue tan rápida que en cuestión de un mes volvió a sentirse fuerte y dinámico como nunca.
Durante su convalecencia no cesó de darle vueltas en la cabeza a la pelea con el gorila y su idea primordial consistió en recobrar cuanto antes aquella prodigiosa arma gracias a la cual había pasado de débil víctima propiciatoria, sin esperanza de salvación, a poco menos que invencible soberano terror de la jungla.»
 
 (Edgar Rice BURROUGHS; Chicago; 1 de septiembre de 1875 – Encino, California; 19 de marzo de 1950.  
Inicio del  “Capítulo VII: La luz del conocimiento” en Tarzán de los monos, 1912.)
Descubrir que un arma transforma nuestra fragilidad en terrorífica tiranía... ¡Qué triste conocimiento!.
 Y, por desgracia, uno de los que más ha contribuido a forjar la historia misma de la humanidad. En efecto, los homos (más bien escuálidos, carentes de garras hirientes o mandíbulas poderosas, no demasiado veloces,...) habrían sido fácil pasto de los grandes depredadores (poseedores  en gramo sumo de muchas de esas características) si no hubiesen sabido defenderse colectivamente y manejar instrumentos, más o menos refinados, que supliesen tales carencias. El hacha de sílex, las lanzas, los arcos, hondas y otros propulsores de venablos y proyectiles, abrirán el camino que llevará a las más refinados estiletes y espadas, a las ballestas más precisas y las catapultas más devastadoras, a los fusiles y pistolas más precisos, y hasta a los más sofisticados misiles. En buena medida, la constitución y avance del ser humano radica en la capacidad para desarrollar esos “suplementos defensivos (frente a las amenazas) y ofensivos (por afanes cinegéticas o de dominio)”.
Ahora bien, la propia inteligencia que posibilita ese proceso, está ausente de los propios instrumentos que lo jalonan. Y estos, evidentemente, son usados, mucho más allá de la lucha por la supervivencia, para convertir a sus poseedores en tiranos capaces de aterrorizar con su amenazante dominio al resto de la humanidad... Convirtiendo el planeta en una selva donde impera el más fuerte (o sea, el que tiene más dinero para rodearse de las mejores armas, literales y simbólicas).
El joven Tarzán, según nos contaba Burroughs hace ahora un siglo, se hizo pronto consciente de la peligrosa ambivalencia de ese poder de las armas... ¿Sabremos hoy, colectivamente, hacer conscientes de ello a los poderosos?.
Nacho Fernández del Castro, 20 de Marzo de 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario