«En contra de la idea de que la moda es un fenómeno
consustancial a la vida humano-social, se la afirma como un proceso
excepcional, inseparable del nacimiento y desarrollo del mundo moderno
occidental. Durante decenas de milenios la vida colectiva se desarrolló sin
culto a las fantasías y las novedades, sin la inestabilidad y la temporalidad
efímera de la moda, lo que no quiere decir sin cambio ni curiosidad o gusto por
las realidades de lo externo.»
(Gilles
LIPOVETSKY; Millau, Aveyron, Francia, 24 de septiembre de 1944. El imperio de lo efímero:
La moda y su destino
en las sociedades modernas, 1987.)
Millones
de personas en otro tiempo, millones de seres humanos del presente en otras “latitudes
culturales”, gozan de las condiciones materiales de su vida, manifiestan un
gusto selectivo por las cosas a su alcance, desarrollan una progresiva curiosidad
por los elementos de su entorno, sin necesidad de someterse a un sistema que
provoca procesos de obsolescencia
artificial para rendir culto a la
novedad efímera e intranscendente.
Es,
pues, la modernidad de nuestra tradición occidental la que, asumiendo
el capitalismo como sistema de producción y distribución de la
vida material, desarrolla la necesidad intrínseca del tributo a la moda como expresión precisa y cotidiana
de una necesidad más básica: sin el crecimiento
sostenido que sólo posibilita la renovación
continua de lo medios, recursos y productos, el sistema hace crisis (la hará cíclicamente). Y por eso mismo el capitalismo es depredador: cuando los recursos
disponibles no permiten ya renovar,
diversificar y extender las necesidades, vuelve la vista hacia las que
estaban satisfechas en el margen del sistema... Y la salud y la educación, por
ejemplo, se convierten en objetivos de
negocio y una cuestión de moda:
la vida se medicaliza y el
aprendizaje se tecnifica
utilitaristamente.
Nacho Fernández del Castro, 10 de Mayo de 2012
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