«XI
El amor de mi hombre
no querrá rotularme y etiquetarme,
me dará aire, espacio,
alimento para crecer y ser mejor,
como una Revolución
que hace de cada día
el comienzo de una nueva victoria.»
(Gioconda BELLI; Managua, Nicaragua, 9 de diciembre de 1948. Estrofa final de “Reglas del juego para hombres que quieran amar a mujeres” en De la costilla de Eva, 1987.)
El viejo patriarcado
se renueva... Desarrolla instrumentos de control simbólicos
que, con frecuencia, resultan más asfixiantes que los físicos: estereotipa la realidad de las mujeres
hasta seducir e impregnar algunas voces aparentemente feministas con esas etiquetas, legitima desde la falacia de una igualdad formal vacía la incontestable verdad de la desigualdad material
más hiriente, niega espacios
sustantivos para imponer rincones
adjetivos, sitúa un techo de cristal
para impedir el acceso de mujeres a la cúspide socioeconómica...
Pero
ni siquiera ese es el gran problema, o lo es sólo para una pequeña élite de
mujeres que, al menos, han alcanzado una alta
cualificación. El verdadero problema está en que, con demasiada frecuencia,
sus progresos en las organizaciones, aunque limitados, han de hacerse a costa
de asumir los propios patrones del
patriarcado y, con ello, se relega la cuestión esencial de la habitabilidad
de la estructura misma y se olvida el hecho de que las mismas barreras serán
situadas ante cualquier varón que se niegue a ejercer de macho dominante. En realidad, el problema sigue radicando en que
las inercias del patriarcales, con refinamiento simbólico o bestialidad física, siguen forzando a la inmensa mayoría de las
mujeres a arrastrarse, muy lejos de la posibilidad de imaginar siquiera techos
de ningún tipo, por un suelo
selectivamente pringoso, del que, muy especialmente ellas, no podrán despegar.
Sí,
ya se sabe, el mundo es profundamente injusto,
el ochenta por ciento de los seres humanos malvive en la pobreza mientras el veinte por ciento restante se recrea en la opulencia... Pero es que, además, la mayor
parte de ese “mundo pobre” (y en proporción creciente según avanzamos hacia la
mayor miseria dentro de la pobreza) está integrada por mujeres. Por
eso es necesario, desde lo inmediato, hacer del amor una auténtica revolución
para el triunfo de la igualdad en
cada casa, en cada pueblo, en el mundo.
Nacho Fernández del Castro, 12 de Mayo de 2012
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