«Ellos que viven bajo los focos clamorosos
del éxito y poseen
suaves descapotables y piscinas
de plácido turquesa con rosales
y perros importantes
y ríen entre rubias satinadas
bellas como el champán,
pero no son felices,
y yo que no teniendo nada más que estas calles
gregarias y un horario
oscuro y mis domingos baratos junto al río
con una esposa y niños que me quieren
tampoco soy feliz.»
del éxito y poseen
suaves descapotables y piscinas
de plácido turquesa con rosales
y perros importantes
y ríen entre rubias satinadas
bellas como el champán,
pero no son felices,
y yo que no teniendo nada más que estas calles
gregarias y un horario
oscuro y mis domingos baratos junto al río
con una esposa y niños que me quieren
tampoco soy feliz.»
(Miguel D'ORS
LOIS; Santiago de Compostela, 25 de diciembre de 1946. “Contraste”
en
C, 1987.)
Es cosa curiosa la felicidad... Dice el tópico que el
dinero no la da, y es verdad... Dice
la retranca popular que, sin embargo,
ayuda, y es más que probable.
La
felicidad no es, al fin y al cabo, como
fin individual, sino el mito que pretende convertir las sensaciones arrebatadas y arrebatadoras de
un instante en estado permanente.
La
felicidad no es, por otra parte, como
anhelo colectivo o universal, sino la
utopía que pretende tornar la cohesión y bienestar de un tiempo histórico
en esencia eterna.
Por
eso todo “soy feliz”, sea en los
labios ostentosos o humildes, mueve más al recelo y la conmiseración que a la envidia...
Al fin y al cabo, nos parece un simple problema de falsa conciencia.
Por
eso toda declaración de un estado de dicha, sea en las pintadas de
cualquier muro del París de Mayo del 68
o en los principios de alguna constitución nacional más o menos
bienintencionada, merece más el suave sarcasmo o cierta sospecha que admiración...
Al fin y al cabo, es un problema de vano
idealismo o de legitimación de
intereses.
Por
eso en el capitalismo florece tanto
la cuestión de la felicidad como guía de
vida y piedra angular de la literatura
de autoayuda... Porque en un sistema
de explotación y consumo, en último extremo, si no existiese la publicidad, ¿cómo sabríamos lo que nos hace felices?.
Y
es que acaso la verdadera felicidad
acaso consista, simplemente, en hacer lo
que uno siente que debe hacer sin preocuparse para nada de buscarla.
Nacho Fernández del Castro, 11 de Mayo de 2012
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