domingo, 6 de mayo de 2012

Pensamiento del Día, 6-5-2012


«En una ocasión uno de nosotros oyó a mamá preguntarle a papá cuándo había sido más feliz en su vida y a papá contestarle “cuando los niños eran chicos”, lo que equivalía a decir cuando vivía toda la familia junta en la otra casa, aunque desde muy chicas las mujeres de nosotras en donde en realidad vivieron fue en la casa de los papás de mamá, precisamente en el cuarto en el que ahora viven papá y mamá y que, sobre todo para papá, es prácticamente toda su casa
 (Bárbara JACOBS; Ciudad de México, 19 de octubre de 1947. Las hojas muertas, 1987.)
Los tiempos más felices, sobre todo cuando uno llega a eso que llaman “madurez”, están siempre en el pasado... Uno empieza a  recordar la felicidad suma como el tiempo de una casa familiar llena de bebés y pequeños infantes, poniendo entre paréntesis las noches sin dormir por llantos, insomnios o enfermedades de los vástagos; o de una infancia plena de vitalidad y entrega a cada acto, escondiendo tras una nebulosa las ansiedades, frustraciones y temores ante tantos retos y peligros conocidos o desconocidos; o de una adolescencia ante la que el mundo se abría a cada paso,, olvidando todas las inseguridades, complejos y desdichas más o menos vanas...
Por eso la felicidad es un mito, porque casi siempre la situamos allí donde resulta inalcanzable, inaprensible, irrecuperable. La niñez sueña con una adolescencia de pantalones largos o faldas cortas, la adolescencia con una mayoría de edad de libre albedrío, la mayoría de edad con una madurez con poder adquisitivo... Y, a partir de aquí, como queda dicho, el proceso se invierte.
Por eso, también, prolifera la literatura de autoayuda para alcanzar la felicidad... Porque a nadie se le podrá reclamar cuando, inevitablemente, se compruebe que para nada sirve: como diría Calderón de la Barca, “los sueños, sueños son”. Y cada cual tiene los suyos propios.
Afortunadamente, siempre quedarán las madres... Ellas hacen continuamente. Y, haciendo el presente, facilitando el mañana, apenas tienen tiempo para soñar.
Nacho Fernández del Castro, 6 de Mayo de 2012

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