«En el túnel donde me violaron, un túnel que había
sido una entrada subterránea a un anfiteatro, un lugar por el que los actores
salían repentinamente de debajo de los asientos del público, una chica había
sido asesinada y descuartizada. La policía me contó su caso. A su lado, me
dijeron, yo había sido afortunada.»
(Alice SEBOLD; Madison, Wisconsin,
Estados Unidos, 6 de septiembre de 1963. Lucky –Afortunada-, 2002.)
Nadie
tiene derecho a relativizar el dolor de una víctima ante ella misma... Nadie
puede proponer a una víctima “hipótesis de fortuna” por no haber sufrido una
violencia mayor, una iniquidad más absoluta.
Y,
sin embargo, tendemos a ver el dolor de los demas siempre desde “lentes
relativizadoras”... Incluso intentamos negar
el mal buscando legitimaciones
psicosociales de las acciones más viles, como si el hecho de que algo fuese
“racionalmente explicable” le concediese carta
de naturaleza o eliminase toda su abyección.
Sabemos
que el patriarcado, como fundamento y
“naturalización” del dominio absoluto
de los machos alfa sobre los grupos humanos, presiona sobre las
personas hasta derivar, en determinadas condiciones, en el ejercicio de la violencia sexual... Pero, ¿hace ello
menos deplorable una violación?. Es más,
¿puede resultar para la persona violada su dolor comparable, en algún sentido, con
el de otras víctimas de otro tipo de violencia?.
Nacho Fernández del Castro, 30 de Mayo de 2012
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