«Se están produciendo cambios drásticos en aquello que las
sociedades democráticas enseñan a sus jóvenes. Sedientos de
dinero, los estados nacionales y sus sistemas de educación están
descartando sin advertirlo ciertas aptitudes que son necesarias
para mantener viva la democracia.»
(Martha Craven
NUSSBAUM; Nueva York, 6 de mayo de 1947. Sin fines de lucro.
Por qué la democracia
necesita de las humanidades, 2010.)
El sistema político, y su reflejo educativo, trata de configurar una
sociedad en la que la búsqueda afanosa del éxito
fácil para unos pocos y la mera
supervivencia para la mayoría se convierta en condición de la vida. Para ello se educa fomentando el egoísmo (de los “buenos emprendedores”) frente a la solidaridad, primando la intuición
estratégica sobre el conocimiento
esforzado, apostando por lo utilitario
e instrumental y relegando lo
comprensivo y crítico...
Se busca y se forja, así, una ciudadanía que se dedique a “buscarse la
vida” ahorrándose el esfuerzo de pensar
en la vida... Que priorice los resultados
frente a los procesos, que anteponga
la codicia a la moral y lo económico a lo político, que se olvide de lo colectivo y lo universal en beneficio de lo
individual y lo particular... Que
deslice la justicia hacia la “ley del más fuerte”, la solidaridad hacia la “maximización del beneficio (propio)” y
la igualdad hacia el “¡sálvese quién pueda!”.
Pero claro, una sociedad donde pensar (más allá de lo inmediato) resulta un
estorbo, ¿qué tipo de democracia
puede sustentar?... Y, lo que es más temible y peligroso, ¿por cuánto tiempo
puede mantener una mínima cohesión,
sin derivar en una “lucha de todos contra
todos”?.
Nacho Fernández del Castro, 18 de Mayo de 2012
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