«La simbiosis del
Buen ciudadano con la máquina -englobante prenda de andar velozmente que, como
los pantalones, se sujetaba a la cintura y al pecho mediante un doble cinturón-
estaba tan reconocida que el Estado renovaba automáticamente el permiso de
conducir cada cuatro años y, anualmente, la matrícula del coche, el día de
cumpleaños de cada maquinero; lo cual equivalía a reconocer que tener coche era
tener personalidad y ser responsable financiera y cívicamente, por lo que el
permiso de conducir, había llegado a ser el mejor documento de identidad, pero
documento de identidad de un homóvil, de un centauro de hombre y coche, no ya
de un hombre, hombra o, mejor todavía, hembre o ser humano de cualesquiera de
los dos sexos naturales y los múltiples sexos artificiales (tendríamos que
cambiar de una vez la palabara machista en honor de las feministas, cuyo
movimiento seguía avanzando aunque todavía con parsimonia, es decir, pisando
huevos, pisando inútilmente palabras).»
(Jesús LÓPEZ PACHECO; Madrid, España, 13 de julio de
1930 - London, Ontario, Canadá, 6 de abril de 1997.
“Fuera de Texto” previo a la
primera novela en la obra póstuma
El homóvil o la desorbitación; Libro de
maquinerías; Polinovela multinacional, 2002.)

Así que si uno quiere conocer la personalidad de algún ser humano del “mundo desarrollado”, olvídese
de cualquier consulta a psicólogos o psiquiatras, y analice cuidadosamente sus hábitos de consumo. Ahí encontrará la
clave.
Ello incluye, por supuesto, sus hábitos de consumo político, es decir, qué “marca
política” elige y por qué, o qué razones le podrían llevar a cambiar de
producto en su próxima visita al mercado electoral.
Y es que, al final, nuestros “periféricos”
(los medios de transporte que utilizamos, los cauces mediante los que nos
informamos y a través de los que nos comunicamos, el tipo de alimentos que
ingerimos, la vivienda que habitamos,...) acaban por ser los que nos definen y
nuestro yo (sea lo que sea esa suerte
de biosoftware) acaba por quedar
reducido a ellos.
Por eso resulta tan lento, por no decir inútil,
combatir la opresión estructural del
sistema desde los cambios lingüísticos,
luchar contra los hechos moralmente
reprobables desde una “forma nueva de
hablar” inevitablemente superestructural.
Podemos verlo con los propios eufemismos que tan gratos resultan a los
poderes formales (para disimular, sin
gran éxito, su inutilidad pública y
su servilismo ante los poderes materiales): unos negaban antes
la crisis económica, llamándola “desaceleración”
o “crecimiento negativo”, pero el pueblo
la acabó pagando en forma de vergonzosa socialización
de pérdidas privadas y reducción de
derechos; otros niegan ahora el rescate
económico, llamándolo “préstamo a las entidades financieras sin contrapartidas
fiscales” y vendiéndolo como un “logro alcanzado gracias a las reformas
estructurales acometidas”, pero el pueblo
sabe que acabará teniendo que pagar más impuestos
ligados a sus consumos básicos y que se seguirá radicalizando el ataque a
sus derechos sociales y laborales.
Nacho Fernández del Castro, 11 de Junio de 2012
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