«Pero tú no te has ido todavía,
Marga. Al menos mientras yo resista este duelo con la vida. Pues la muerte no
es el morir sino el ser olvidado, y yo te recordaré siempre. Aprendí a moverme
en el mundo de lo invisible para poder capturar los fantasmas que tanta
compañía me hacían de pequeña. […] Allí te presentí por primera vez, acurrucada
en un rincón del alma, etérea y olvidada. […] Más tarde, reconocí tu nombre,
Marga, y surgiste de lo oscuro para acompañarme en mi dolor. Te liberé de la
herrumbre del cerrojo para descubrir tu enigma, y dar forma a tu memoria. En la
vida, fuiste tu víctima y verdugo, mártir de tu corazón y suicida de tu amor.
En la muerte eres ensueño, arte, magia e inspiración.»
(Marga CLARK; Madrid, 1944.
Amarga luz, 2002.)
Cada
cual siente la escuela, para bien y
para mal, como “su escuela”... Un mundo casi invisible poblado por fantasmas
(los mejores y los peores) que acompañaron nuestra infancia y nuestra juventud.
Un alma mater que contribuyó
decisivamente a configurar nuestros primeros presentimientos de un mundo que comenzaba a abrirse más allá
de nuestros rincones personales.
La
escuela, lo sabemos, es tan víctima (de torticeros usos instrumentales, de inhóspitas
ritualizaciones) como verdugo (de anhelos y expectativas, de ilusiones y
esperanzas)... Pero, ¿quién no ha encontrado en “su escuela” verdaderos latidos
del corazón, voluntades de enseñar como atisbos de amor suicida?.
Y
es por eso que la escuela, la escuela
de cada cual, la escuela de y para todos, no se olvida... Así que, como todo lo
que no se olvida, no puede morir, por mucho que se empeñen los paladines de la privatización de lo público que funciona,
para socializar lo privado que arroja pérdidas.
Nacho Fernández del Castro, 2 de Junio de 2012
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