«Para él, con sólo seis años, el
sueño era un monstruo. Lo esperaba pacientemente todas las noches y le
tendía una emboscada. Siempre lo pillaba desprevenido, con la guardia baja,
aunque ya hacía mucho tiempo que había aprendido a esperarlo; la
espera traía su propia clase de aterradora anticipación,
lo cual empeoraba aún más la situación. El monstruo y él se trababan en una dura lucha, de la que el primero siempre salía
victorioso, arrastrándolo hacia un mar de miedo y
oscuridad.»
(John DARNTON; New York
City, Estados Unidos, 20 de Noviembre de 1941.
“Prólogo” en
Mind Catcher -Ánima-, 2002.)
Sabemos
que nos agredirá a poco que nos
descuidemos, sabemos que todos los días nos
salpicará desde noticias lejanas
o sufrimientos inmediatos... Pero,
pese a la expectativa cotidiana que
provoca, siempre nos sorprende,
siempre acaba por saltar con algo nuevo y peor en el momento más inesperado...
Y
es que, por mucho que el miedo oscuro
(vago, impreciso, indefinido) haya acabado por convertirse en el mismo aire que
respira esta sociedad, uno nunca se acostumbre del todo a respirar el miedo sin
que sus pulmones y su conciencia se resientan... Uno puede afrontar sus temores concretos, pero, ante los difusos, sólo atina a recurrir al pánico; por eso son un mecanismo de control social mucho más efectivo.
Porque,
sabemos que, como los malos humos, la
extensión de ese miedo tiene
evidentes causas antropogénicas nada
ajenas al sistema que convierte en su
tótem a esos mismos mercados financieros de tan sensibles primas de riesgo como insensibles ante
las víctimas de su gran estafa
planificada.
Nacho Fernández del Castro, 5 de Junio de 2012
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