«Es de la inteligencia el acabar
la obra de la intuición.»
(Romain ROLLAND; Clamecy,
Nièvre, Francia, 29 de enero de 1866 – Vézelay, 30 de diciembre de 1944. Jean-Christophe, 1912.)
Todo el
mundo tiene o cree tener intuiciones
sobre lo que va a pasar... Incluso, como exigía Descartes, “intuiciones
claras y distintas”.
Pero, ¿podemos o debemos hacerles caso?.
Evidentemente, no hasta que sean cuidadosamente y pormenorizadamente examinadas
por la inteligencia (como no vamos a
entrar aquí en disquisiciones psicológicas, diremos que por todos los tipos de inteligencia: racional, emocional, adaptativa,...).
Pero además, ¿qué es realmente una intuición?,
¿son algo totalmente ajeno a la realidad y, sin embargo, capaz de servirnos de de
guía ante la evolución de la misma, o, más bien, el resultado no totalmente
consciente de la proyección de datos de nuestra propia experiencia?.
Sin duda, la opción más plausible es la
segunda y, por ello, la propia intuición
tiene una base, por mucho que sea implícita o borrosa, inequívocamente racional... O sea que “ser intuitivo”
consiste, ni más ni menos, que en haber automatizado ciertos hábitos mentales
que nos llevan a prevenir determinados acontecimientos futuros que consideramos
personal y colectivamente relevantes.
Pero nadie debe dejarse llevar por sus intuiciones... Mucha gente puede tener y
tiene la intuición de que en los próximos
años, más allá de las futurologías
interesadas y equívocas de economistas o sociólogos, el mundo se irá haciendo más inhóspito
para los más para mayor comodidad de
los menos... Pero no por ello podemos dejar de luchar porque así no sea.
Nacho Fernández del Castro, 24 de Junio de 2012
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