«Si yo tuviera un poder como el de Stalin, no lo dilapidaría en silenciar a los escritores imaginativos. Silenciaría a quienes escriben acerca de los escritores imaginativos. Prohibiría todo debate público sobre literatura en periódicos, revistas y publicaciones académicas. Prohibiría la enseñanza de la literatura en las escuelas, los institutos, los colegios mayores y las universidades de todo el país. Declararía ilegales los grupos de lectura y los foros de libros en Internet, y sometería a control policial las librerías para asegurarme de que ningún empleado hablara jamás con un cliente sobre un libro y de que los clientes no osaran hablar entre ellos. Dejaría a solas con los libros, para abordarlos como les pareciese por sí mismos. Haría esto durante tantos siglos como fuese necesario para desintoxicar a la sociedad de sus venenosas majaderías.»
(Philip Milton ROTH; Newark, Nueva Jersey, Estados Unidos, 19 de marzo de 1933. Fragmento del cierre de la saga de Nathan Zuckerman, Exit Ghost –Sale el espectro-, 2007.)
Desde
nuestras experiencias escolares hemos
aprendido, sobre todo, que siempre
habrá alguien que nos diga lo que es bueno
o malo que leamos, que veamos, que sintamos, que hagamos. Y, casi sin darnos cuenta, hemos pasado del “¡niño, deja ya de joder con la pelota!”,
a una casta política que nos dicta los
patrones de comportamiento de la buena
ciudadanía (desde la sumisa aceptación
de “lo que hay” a la más o menos entusiasta participación en la periódica pantomima de las urnas), a una publicidad que nos “informa” de lo que en realidad nos gusta (aunque
todavía no lo sepamos o, incluso, no nos lo parezca), a un sistema de opresión globalizada que nos ofrece e impone los espacios
y ocios más adecuados para mejor alienarnos...
Sí,
son más sutiles y simbólicos que los viejos curas, pero también mucho más
eficaces... Leemos la literatura de fulanito o menganito porque las plumas
críticas al servicio del grupo Prisa o del grupo Recoletos nos lo “recomiendan”
(“casualmente” suelen publicar en las editoriales del conglomerado mediático
correspondiente)... Vemos tal o cual cadena televisiva, leemos tal o cual periódico,
u oímos tal o cual emisora de radio, por razones similares... Y así nuestro mundo, nuestra realidad acaba por ser una interesada
representación construida por otros.
Nacho Fernández del Castro, 6 de Junio de 2012
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