«Sangre de la ciudad,
si yo hubiera sido hermoso,
alma de la ciudad,
si hubiera sido honesto,
cuerpo de la ciudad,
si diáfano,
ojos de la ciudad,
o si valiente,
voz de la ciudad,
o enamorado cierto,
calles de la ciudad,
o algo
no tan ilusorio,
ciudad de mi ciudad.»
(; Ciudad de México, México, 2 de marzo de 1944 - Madrid,
España, 30 de julio de 2008. Poema 38, “Salida (y último)” en Volver a casa, 1987.)
Y,
en este juego de espejos (o de espectros, de imágenes sin ser propio),
¿dónde va quedando “la ciudad de nuestra ciudad”?, ¿dónde se han ido tantos
lugares (humildes, cutres a veces, pero entrañablemente
reales) que conformaron nuestro ser,
que delimitaron nuestro estar, que
impulsaron nuestro crecer?... ¿Quiénes
nos han robado, en suma, los hitos que
perfilaron nuestra máscara particular
para actuar en el mundo, es decir,
nuestra forma de “ser persona” (del
latín “persona”, o “máscara con la
que se cubre un personaje teatral”, al que llega a través del etrusco “phersu”, procedente a su vez del griego
“προσωπον” o “prospora”,
“máscara, lo que está delante de la cara”), de presentarnos ante los demás?.
Por
eso resulta tan imprescindible la memoria...
Es, en sí misma, un principio de
resistencia.
Nacho Fernández del Castro, 19 de Junio de 2012
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