sábado, 16 de junio de 2012

Pensamiento del Día, 16-6-2012


«Me obsesionaba la idea de que con la cabeza rota había sobrevivido aún dos horas y no saber si se habría arrepentido en esa frontera que separa la vida de la muerte.
En los años que siguieron, deambulé por consultorios de psicólogos y psiquiatras, por gabinetes de videntes o espiritistas que me lo “devolviesen” de alguna manera. La tristeza y depresión eran un pozo que no tenía fondo y yo soñaba sólo con descansar.»
 
 (Isabel PISANO; Montevideo, Uruguay, 1944 . El amado fantasma, 2002.)
Saber que un ser humano lleno de capacidad de resistencia ante los embates de la vida ya no estará más entre nosotros es perder un trozo de lo entrañable que aún queda en el mundo, un pedazo de la esperanza residual en otras realidades posibles... Por eso, aunque, estoicos o epicúreos, alejemos los temores a la propia muerte, la muerte de personas que sentimos cercanas (aunque puedan llevar tiempo geográficamente lejos) y nos han brindado, en alguno o en muchos sentidos, ejemplos de vida, siempre nos deja anonadados, abatidos, confusos y hasta marchitos.
Sentimos entonces, inevitablemente, que la vida carece por completo de sentido o, tal vez, que si algún sentido tiene, es precisamente ése, el de la total carencia de cualquier sentido global, el de la remisión inevitable de la pregunta por el sentido a lo concreto, a lo personal, a lo subjetivo, a lo intransferible. Algo que va más allá de los "profesionales de la (des)orientación vital", de psicólogos y psiquiatras, de videntes y espiritistas... Incluso de metafísicos y ontólogos.
Y, probablemente, ante lo que fue latido y ya sólo puede ser memoria, estas mismas palabras carecen de todo sentido.
Nacho Fernández del Castro, 16 de Junio de 2012

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