«Anoche, ya tarde, y la noche anterior,
los Tommyknockers, los Tommyknockers,
llaman a la puerta.
Tengo que salir, y no sé si puedo,
porque el Tommyknocker,
me da mucho miedo.»
(Stephen Edwin
KING; Portland, Maine, Estados Unidos, 21 de septiembre de 1947.
Poema infantil con el que se inicia The Tommyknockers,
1987.)
Si
el miedo principal fuese el que
provocan las togas y las porras, con
su actos ligados a una “obediencia debida
a su cadena jerárquica correspondiente” (tan propia de épocas aún más
oscuras y oprobiosas), mucha gente, la mayoría, estaría dispuesta a enfrentarse
a él, como bien comprobaron las calles y cárceles del tardofranquismo.
Pero,
en realidad, el miedo que socialmente
funciona para extender una sumisión
aprendida es mucho más difuso, más ligado a sensaciones y comentarios del “boca
a boca”: el miedo a perder el puesto de trabajo, el miedo a verse envuelto en problemas sociolaborales, el miedo a ser identificado como parte de un colectivo demonizado, el miedo a la exclusión social... En suma, el miedo
a sufrir los efectos de la precarización
de la vida.
Y
ese miedo, que se va concretando en
casos puntuales, más o menos extendidos y cercanos, no puede responder, por
definición, a realidades generales, universales... Si la vida fuese precaria para todo el mundo, las condiciones materiales para el cambio estarían dadas y éste sería inmediato.
Pero
la precarización vital llega a muchas
personas, pero no a todas... Y por eso funciona como eficaz agente productor de
miedo paralizante, de una suerte (o
desgracia) de neurosis experimental
colectiva por la que la ciudadanía,
ante la imposibilidad de identificar condiciones concretas que deriven en lo
que se teme (cualquiera parece que hoy puede caer en un proceso de exclusión social), sólo acierta a
responder con comportamientos de sumisión
aprendida y protestas derivadas hacia
focos erráticos (inmigrantes, colectivos receptores de políticas
compensatorias de la desigualdad de origen, resistentes de cualquier tipo,
disidentes en general,...).
Nacho Fernández del Castro, 28 de Junio de 2012
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