jueves, 28 de junio de 2012

Pensamiento del Día, 28-6-2012


«Anoche, ya tarde, y la noche anterior,
los Tommyknockers, los Tommyknockers,
llaman a la puerta.
Tengo que salir, y no sé si puedo,
porque el Tommyknocker,
me da mucho miedo.»
 (Stephen Edwin KING; Portland, Maine, Estados Unidos, 21 de septiembre de 1947.  
Poema infantil con el que se inicia The Tommyknockers, 1987.)
Cada día más, vivimos en la sociedad del miedo... El miedo funciona, aquí y ahora, como perfecto instrumento de control social, pero, para ello, nunca debe ser demasiado concreto, demasiado preciso, demasiado tangible.
Si el miedo principal fuese el que provocan las togas y las porras, con su actos ligados a una “obediencia debida a su cadena jerárquica correspondiente” (tan propia de épocas aún más oscuras y oprobiosas), mucha gente, la mayoría, estaría dispuesta a enfrentarse a él, como bien comprobaron las calles y cárceles del tardofranquismo.
Pero, en realidad, el miedo que socialmente funciona para extender una sumisión aprendida es mucho más difuso, más ligado a sensaciones y comentarios del “boca a boca”: el miedo a perder el puesto de trabajo, el miedo a verse envuelto en problemas sociolaborales, el miedo a ser identificado como parte de un colectivo demonizado, el miedo a la exclusión social... En suma, el miedo a sufrir los efectos de la precarización de la vida.
Y ese miedo, que se va concretando en casos puntuales, más o menos extendidos y cercanos, no puede responder, por definición, a realidades generales, universales... Si la vida fuese precaria para todo el mundo, las condiciones materiales para el cambio estarían dadas y éste sería inmediato.
Pero la precarización vital llega a muchas personas, pero no a todas... Y por eso funciona como eficaz agente productor de miedo paralizante, de una suerte (o desgracia) de neurosis experimental colectiva por la que la ciudadanía, ante la imposibilidad de identificar condiciones concretas que deriven en lo que se teme (cualquiera parece que hoy puede caer en un proceso de exclusión social), sólo acierta a responder con comportamientos de sumisión aprendida y protestas derivadas hacia focos erráticos (inmigrantes, colectivos receptores de políticas compensatorias de la desigualdad de origen, resistentes de cualquier tipo, disidentes en general,...).
Mientras tanto, los verdaderos responsables de esa precarización de la vida y de su transformación social en miedo siguen sacando tajada, cada vez más y mejor tajada... Y frotándose las manos.
Nacho Fernández del Castro, 28 de Junio de 2012

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