jueves, 21 de junio de 2012

Pensamiento del Día, 21-6-2012


«Esta vida cultural recibe, pues, su unidad a través de una curiosa instancia: el público, de entidad amorfa, incorpórea, inconsistente y un tanto fantasmagórica, que es al mismo tiempo juez y mercado para el intelectual...»

 

 (Francisco AYALA GARCÍA-DUARTE; Granada, 16 de marzo de 1906 - Madrid, 3 de noviembre de 2009. Razón del mundo: Un examen de conciencia intelectual, 1962.)
Hace cincuenta años el público era quien daba, desde su inconsistencia fantasmagórica, unidad difusa (también, con frecuencia, confusa) a eso que solía llamarse la vida cultural... El público juzgaba, con su participación activa en el mercado de la cultura, lo que merecía la pena y lo que no, las personas que debían seguir desarrollando una tarea intelectual y las que era mejor que se dedicasen a cualquier otra cosa... Y, desde luego, lo hacía con criterios amplios en los que cabían Corín Tellado y Gonzalo Torrente Ballester, Concha Piquer y Cristóbal Halffter, Radio Topolino Orquesta y Manolo de Vega, Alfonso Paso y Alfonso Sastre... La producción cultural estaba en manos de pequeñas empresas que actuaban como más o menos entusiastas intermediarias culturales.
¿Qué pasa ahora?... Como ocurre en el mundo político, son “los propios mercados” los que dictan las normas y los que determinán qué cultura debe hacerse, para qué y para quién... Bajo la dictadura de las grandes empresas culturales (verdaderas “transnacionales del espectáculo”) se seleccionan públicos destinatarios para fabricarles productos culturales “adecuados”. Y estas industrias de la cultura-espectáculo seleccionan intelectuales dispuestos a servir a sus intereses (ideológicos y económicos), los manipulan y transforman para ajustarlos a los mismos, los inventan y fabrican cuando es preciso... Todo para delimitar, ahora con mucha mayor precisión, con lógica menos difusa, con intencionalidad nada confusa, sus audiencias. O sea, el público cautivo de un imaginario social industrialmente consolidado.
Es, ni más ni menos, el paso al límite de la proletarización del (cada vez más alienante y precario) trabajo intelectual.
Nacho Fernández del Castro, 21 de Junio de 2012

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