«MARTHA.– Me encanta cuando te enfureces. Creo que eso es lo que más me
gusta de ti, tu furia. Menudo pánfilo estás hecho. No tienes ni… ¿cómo se
dice…?
GEORGE.– …lo que hay que tener…
MARTHA.– A punto las tienes, ¿eh? (Pausa…
Enseguida se ríen). ¡Eh!. Anda, pon algo más de hielo en mi vaso.
Nunca me pones hielo. ¿Por qué, eh?.»
(Edward
Franklin ALBEE; Washington D.C., Estados Unidos, 12 de marzo de 1928. Who's Afraid of Virginia Woolf? -¿Quién teme a Virginia Wolf?-, 1962.)
A veces, cada vez con más frecuencia, la vida
necesita un poco de furia... Furia contra tanta sumisión aprendida que llena las desoladas calles de comercios
cerrados y pensionistas aburridos que ya ni obras tienen con las que
entretenerse... Furia contra los
torpes discursos autoexculpatorios de
una casta política presta a encubrir
los desmanes de quienes verdaderamente mandan y a compensar, con nuestro
dinero, sus pequeños quebrantos... Furia
contra quienes tratan de legitimarse,
ante sus amos del Banco Mundial o el
Fondo Monetario Internacional, a base de recortar
y desmantelar lo que es común, como
la educación y la sanidad universales e
inclusivas, para financiar los bancos que nos deshaucian y favorecer los negocios
privados que nos excluyen.
Furia de los humildes que sólo será sostenible ante los poderosos, recuperando los
viejos y auténticos lazos de solidaridad
y apoyo mutuo en lo más cercano
(familia, barrio, “curro”,...)... Furia,
sí, porque la indignación no es
suficiente y les resbala.
Nacho Fernández del Castro, 25 de Junio de 2012
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