«Más abajo, las chabolas escalaban
la cuesta y trepaban hacia los panteones de mármol y los cipreses fúnebres.
Una frontera ambigua separaba el mundo de los muertos del de los vivos.»
(Juan GOYTISOLO GAY; Barcelona, 5 de enero de 1931. Fin de Fiesta. Tentativas de
interpretación de una historia amorosa,
1962.)
Cada día que pasa la frontera que otrora separara
el mundo de los muertos del de los vivos se torna más sutil... Antaño, los
muros de los cementerios se rodeaban de una amplia franja de seguridad, la zona
de “aprensión de los bien pensantes” que sólo era violada por unas chabolas aquí
o allá, por ¡la necesidad de los miserables”.
Pero
aquí y ahora, en tiempos de oprobio globalizado, cuando esa miseria se extiende
por doquier en medio de una precarización
general de la vida que alimenta las cuentas corrientes y los fastos de unos
pocos, esa frontera nítida, ese ámbito de la aprensión y la miseria va
convirtiéndose en un “oscuro (o fúnebre,
al menos) objeto de deseo” para nuevos contingentes de una ciudadanía progresivamente empobrecida, miserabilizada.
Pero
no es sólo eso... Los límites entre el
mundo de los vivos y el de los muertos se difuminan, sobre todo, porque silenciados por el miedo y con una sumisión que nos ha calado hasta los huesos,
los que pretendemos estar vivos carecemos de toda respuesta significativa ante esta brutal y continuada estafa (que hasta al Fondo Monetario
Internacional comienza a parecerle ya excesiva)... O sea, que nos conformamos
con “hacer el reflejo del muerto”.
Nacho Fernández del Castro, 10 de Octubre de 2012
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