«...Y al final toparse con la primera página vacía, una dedicatoria
ausente. Estar seguro de que le gritarán “¡hijo
de puta!” en la calle, en su casa, en su cerebro.»
(Edgar LONDON, La Habana, Cuba, 1 de octubre
de 1975. (Pen)últimas palabras, 2002.)
Con frecuencia la vida es como una página vacía donde alguien debiera haber insertado
una dedicatoria oportuna, incluso prendida en algún guiño personal e intransferible...
Y sentimos, entonces, que nada tiene
sentido, que el mundo, la ciudad, las calles, nuestra propia casa
y hasta nuestro cerebro nos
desprecian y nos tienen por insignificantes, casi nada.
Y,
efectivamente, desde un punto de vista global,
cósmico, inevitablemente lo somos: partículas irrelevantes en una masa ingente.
Por
eso es importante recuperar las relaciones
personales y los grupos de afinidad
de adscripción voluntaria, los micro
y mesocontextos sociales, para
ubicarnos más allá (o más acá) de esos macrocontextos
en los que una prima de riesgo o la mano negra de los mercados ahogan y
borran el sufrimiento o el gozo de las personas
concretas.
Para
lo macro siempre somos unidades prescindibles e intercambiables
(lagunas, sospecho, incluso más prescindibles que intercambiables)... Sólo en lo micro (y en lo meso) recobramos nuestra entidad irrepetible e insustituible.
Realmente,
siempre es mejor, más cálido, que nos insulten (o nos ensalcen) por lo que somos, que se limiten a remitirnos a los códigos desde los que se
valora nuestro potencial hacer.
Nos
gusta que nos digan que “somos enrollados” y nos disgusta que nos califiquen de
“varas” o “muermos”, nos place que nos hagan figurar en una dedicatoria y nos
displace que nos incluyan en una diatriba... Pero, la verdad, que nos
concediesen la ISO mil-no-sé-cuántos como indicativo de calidad (¿de diseño?, ¿de
funcionamiento?, ¿de wertiana españolidad?, ¿humana?) a buen seguro nos
resultaría indiferente.
Nacho Fernández del Castro, 13 de Octubre de 2012
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