miércoles, 31 de octubre de 2012

Pensamiento del Día, 31-10-2012



«Escribí un relato de tres líneas y en la vastedad de su espacio vivieron cómodos un elefante de los matorrales, varias pirámides, un grupo de ballenas azules con su océano frecuentado por los albatros y los huracanes, y un agujero negro devorador de galaxias.
Escribí una novela de trescientas páginas y no cabía ni un alfiler, todo se hacinaba en aquella sórdida ratonera, había codazos y campos minados, multitudes errantes que morían y volvían a nacer, cargamentos extraviados, hechos que se enroscaban y desenroscaban como una tenia infinita, los temas eran desangrados a conciencia en busca de la última gota, no prosperaba el aire fresco, se sucedían peligrosas estampidas formadas por miles de detalles intrascendentes, el piso de este caos ubicuo y sofocador estaba cubierto con el aserrín de los mismos pensamientos molidos una y otra vez, los árboles eran genealógicos, los lugares, comunes, y las palabras pesados balines de plomo que se amontonaban implacablemente sobre el lector agónico hasta enterrarlo.»
 (Ángel OLGOSO CABRERA; Cúllar Vega, Granada, 1961. “Espacio” en Astrolabio, 2007.)
Ante nuestra mirada pequeños destellos literarios se convierten, de vez en cuando, en sugerencia abierta que va mucho más allá de las palabras concretas, de su sintaxis y hasta de su semántica, en un desbordamiento pragmático que incita a conocer o habitar, a sentir o luchar, a revivir o crecer...
Por desgracia son muchas más las ocasiones en las que extensas propuestas literarias nos asfixian bajo un cúmulo de lugares comunes, de argumentos cansinos, de pensamientos secos y triturados, de atmósferas irrespirables, de ese detallismo obsesivo que legitima la intrascendencia, de sagas y árboles genealógicos más propios del pseudoperiodismo rosa, de plúmbeas palabras que, en fin, nos aplastan, nos encierran en su “bucle melancólico” desanimando nuestra salida al mundo para hacer (y transformar).
Ya decía VicenTE Huidobro, en su “Arte poética”, que “el adjetivo, cuando no da vida, mata”... Y lo mismo debemos decir de las palabras, en general, y de la literatura: cuando la palabra, la propuesta literaria, no revive a quien la lee, no hace que salga al mundo con renovado afán, con ansias de participar en él y transformarlo, se convierte en adormidera al servicio del poder real, en discurso del amo extendido por los más diestros mercaderes, en fuente de alienación más o menos refinada... ¡Y mata!.
Nacho Fernández del Castro, 31 de Octubre de 2012

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