«Francisco levanta la vista, dejando la
redacción de un oficio a mitad de camino. Es el silbido del viento, que lo hace recordar la pequeña casa de madera, en la costa. Sin que se haya dado
cuenta, ha transcurrido más de un año. Era la segunda quincena de marzo del año
anterior. Los veraneantes habían desaparecido. El viento soplaba, en las
tardes, y cubría el mar de crestas espumosas. Una pareja de ancianos rezagados
caminaba por la playa todos los crepúsculos, de chal y bastón. Cada vez oscurecía un poco antes. Bajaba una noche vasta,
lúgubre, que acentuaba la sensación de haber roto con el engranaje ciudadano.
Una sensación que se mantuvo hasta las postrimerías de un domingo en que debió
preparar maletas apresuradamente. La última fecha del feriado legal había sido
tarjada en el calendario. El verano recién terminado no pudo salir. Un
tratamiento a los dientes había comprometido su sueldo para muchos meses. Pasó
los quince días hábiles en Santiago, entrando a los cines y vagando, de noche,
por las calles, con el consuelo y el estímulo de una cerveza esporádica. En el
silencio de la oficina, el viento estremece los vidrios. Francisco piensa que
el viento, el viento huracanado de la costa, abre de golpe las ventanas y arrasa
con papeles, archivadores, carpetas, tinteros.»
(Jorge EDWARDS VALDÉS; Santiago, Chile, 29 de junio de 1931. Inicio de “El Funcionario” en
Gente de la ciudad (Cuentos), 1962.)
Y
con frecuencia sentimos que no podemos controlar ese viento de la vida... Y parece que nos supera deshaciendo esperanzas
y sueños, situándonos ante el paso del tiempo sobre nuestros ancestros, alejando
espacial y temporalmente los afectos, provocando dolores siempre injustos a un
buen amigo, cerrando ilusiones y horizontes.
Pero,
al fin y al cabo, nuestras rutinas cotidianas siguen ahí... La burocrática mesa
en la que, como probos funcionarios del
vivir, vamos redactando y dando cursos a los oficios que documentan nuestra
forma de estar en el mundo sigue ahí.
Y,
aunque por tantos motivos personales podamos estar un poco tristes, siempre habrá un José Manuel Castelao Bragaña (efímero Presidente,
en este caso, del Consejo General de la Ciudadanía Española
en el Exterior por la, una vez más, torpe voluntad de la Ministra de des-Empleo, Fátima
Báñez) que, con afirmaciones como "las
leyes son como las mujeres, están para violarlas", nos sacudirá
cualquier languidez del ánimo, para disponernos
de nuevo a la denuncia de la cruel
hipocresía de quienes, ufanamente parapetados tras su apariencia de gentes de orden, conservadores de toda la vida, no ponen demasiado
énfasis en evitar
que se les puedan escapar sus verdaderas formas
de ver y entender las cosas... Formas que, como es el caso, no se paran en
barras para hacer apología de la violencia machista o la burla de las leyes (cuando les conviene)
que ellos mismos hacen a su antojo y en cuyos recovecos tantas veces se
refugian.
En
fin, que uno no tiene tiempo ni a entristecerse
privadamente ante tanta desvergüenza y tanto descaro públicos.
Nacho Fernández del Castro, 6 de Octubre de 2012
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