«Afilar el lapicero se dirige a los que escriben, a
los autores, pero también a los correctores, a los editores, a los
supervisores, a los jefes que dan el visto bueno, a los lectores que quieren
tener criterio. En cualquier caso conviene conocer bien las herramientas
utilizadas. ¡Qué flexible, versátil, poderoso y resolutivo es el discurso!,
cuando se utiliza con perspicacia. Pero ¡qué torpe y simple puede llegar a ser
si se usa mal!. ¡Cómo confunde, atolondra e irrita, en estos casos!.»
(Daniel
CASSANY I COMAS; Vic, Barcelona, 1961. Párrafo de la “Presentación” en Afilar el lapicero, 2007.)
Las
cosas están muy mal y
elaboramos cientos de discursos sobre lo
mal que están las cosas... Pero unos pocos, interesados en mantener y
acrecentar su posición de privilegio,
hacen cuanto está en su mano porque las cosas sigan más o menos igual. Y los
demás se resignan con más o menos alboroto.
Dirá alguien que lo que pasa es que las palabras no sirven de nada... Pero
no es cierto: decir es ya, en sí
mismo, un hacer cuando se dice bien, cuando la voz de la perspicacia desgrana los signos oportunos para, de forma versátil
y flexible, comunicar el mundo e incitar a otras voces, igualmente perspicaces,
a un debate para el encuentro de lo
comunicado. Entonces, sí, el discurso
se torna en el arma más poderosa para
comprender mejor la realidad y
buscar, colectivamente, los cauces más
resolutivos para su transformación en aras del verdadero e
siempre imperfecto bien común.
Pero, por desgracia, estamos acostumbrados a
los ecos de los pésimos e interesados
discursos de la casta política,
de sus amos (los grandes mercaderes) o de sus voceros (los
llamados medios de comunicación social),
que sólo pretenden representar a su gusto
la realidad para, con torpes
simplificaciones, confundir.
Por eso, ante ellos, las gentes responden
con atolondrada sumisión o con irritación vociferante.
Nacho Fernández del Castro, 26 de Octubre de 2012
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