«...La mejor salsa del mundo es el hambre.»
(Octavio
ESCOBAR GIRALDO; Manizales, Colombia, 1962. 1851. Folletín de Cabo roto, 2007.)
Los vientos del ajuste estructural, con su son de falaz neoliberalismo (“¡privaticemos
ganancias, socialicemos pérdidas!”) y práctica ultraconservadora (“que los ricos sean cada día más ricos y los pobres
sean cada día más pobres”), parecen saberlo bien... No en vano, en este país,
la desigualdad ha aumentado tres
puntos en los últimos tres años y nos sitúa ya en cabeza de la unión Europea
(¡de los veintisiete!). Dudoso honor, desde luego, el ser más desiguales que Estonia, Lituania,
Letonia, la República
Checha. Eslovaquia, Eslovenia, Polonia, Hungría, Rumanía o
Bulgaria... Así que, porque lo saben, nada mejor que ir convirtiendo la pobreza en miseria para que, desde el hambre creciente, el más duro mendrugo o
cualquier resto masticable (lo de comestible ya sería mucho decir) obtenido
en un contenedor llegue a ser más apreciado que el caviar de Beluga para los más afortunados (o sea, quienes
poseen las grandes fortunas).
Dudoso
honor en todo caso, ya digo, el de nuestra preeminencia
en el ranking europeo de desigualdad...
Y, tal vez por ello, nuestra casta política
(esa desigualdad viene de lejos e,
incluso en las épocas de mayor bonanza,
poco se ha hecho por combatirla) prefiere hablar de nuestros mediocres
resultados en los Informes PISA
(medianos, en todo caso, en ese conjunto de países) para, de paso, pseudolegitimar reformas educativas al
servicio de los mercaderes y sus mercados.
Pero,
claro, quienes por todo eso protestan (protestamos) son (somos) peligrosos radicales que, poco “españolizados”
por un pésimo sistema educativo público, contribuimos a dar una imagen pésima
del país en el exterior, poniendo nerviosos a los mercados (con lo que los pobres sólo aciertan a subirnos la prima de riesgo) y haciendo que The New York Times y
otros heraldos de la canalla
internacional hagan torticeros reportajes fotográficos sobre la creciente miserabilización de España.
¡Qué
poco patriotismo el nuestro!... Merecido tenemos el tratamiento de porra y toga. Es más, bien empleado nos estaría que,
como tratan arteramente de mostrar esos medios hostiles, la única salsa que
aderezase nuestras menguadas ingestas fuese el hambre.
Nacho Fernández del Castro, 17 de Octubre de 2012
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