jueves, 25 de octubre de 2012

Pensamiento del Día, 25-10-2012



«—¿Qué le ha pasado a España estos años? Yo me fui y ahora la encuentro distinta, peor.
¿Respecto a cuándo?
—Pongamos 20 años.
Desde el 92, entonces. Pues no sé qué ha pasado. Tengo una sensación bastante frustrante, desesperante y rara; y es que dio la impresión en los 80 y primeros 90 de que el país podía cambiar respecto a lo que habíamos conocido.
—Sí, que se había roto un círculo vicioso.
Había un cierto afán de mejorar en todos los sentidos, no sólo en democracia, sino que la gente tenía cierto afán por ser más educada, cultivada, guapa… Recuerdo que a final de los años 80 escribí un artículo por encargo que titulé La edad del recreo previendo que esos tiempos parecían un poco banales, pero que los íbamos a echar de menos. La gente se dedicó a acicalarse bastante, a tener mejor aspecto y a cuidarse. Era algo generalizado y de pronto, coincidiendo en parte con los años de Aznar, hubo una especie interrupción de todo eso y de regresión a cosas que recuerdan al franquismo. Si en los 80 y primeros 90 la gente parecía decidida a saber más y a ser más instruida en el mejor sentido de la palabra, ahora es como si surgiera un cansancio frente a eso y la gente se dijera: “Pues mire, sí, somos brutos, y a mucha honra”. Ésa es la sensación, muy frustrante, que tengo en los últimos años, bastantes ya. , del “déjennos ustedes en paz porque lo que nos gusta es esto”. El otro día lo comentaba con Pérez-Reverte. Le dije: “¿No te das cuenta de que, cuando nos toque, nos vamos a morir y este país no va a haber cambiado esencialmente del que conocimos cuando nacimos en 1951, en pleno franquismo?”... Sobre todo teniendo en cuenta que venimos de una dictadura. Los que vivimos parte de la dictadura teníamos la esperanza de que cuando acabara sería distinto. Y parecía que lo iba a ser, pero ahora uno tiene la sensación de que no es muy distinto. Durante el franquismo un alcalde, un ministro o la policía podían cometer una arbitrariedad y no había nada que hacer, había que aguantarse. Ahora es un poco lo mismo. Existe la posibilidad de votar distinto, pero lo cierto es que se vota lo que se vota y durante los cuatro años de mandato los que mandan se comportan como si nada tuviera consecuencias. Es lo que ocurre con el presidente del Consejo del Poder Judicial: se denuncia al que le ha denunciado. Eso retrotrae a épocas de dictadura. No digo que haya una dictadura, en absoluto, pero la sensación es de impotencia. Tampoco se puede culpar sólo a la clase política, porque la gente también tiene parte de culpa. Y digo culpa entre comillas. Esa palabra la empleo yo, pero probablemente la mayoría de mis conciudadanos diría: “¿Cómo que culpa? A mucha honra, somos así”.»
(Javier MARÍAS FRANCO; Madrid, 20 de septiembre de 1951. Premio Nacional de Narrativa 2012 por Los enamoramientos, que renunció al galardón. “Javier Marías: Estamos viviendo una especie de enorgullecimiento de la ignorancia, de la bruticie”, entrevista realizada por Enric González para Jot Down, http://www.jotdown.es/2012/06/javier-marias-en-espana-estamos-viviendo-una-especie-de-enorgullecimiento-de-la-ignorancia-de-la-bruticie/ , Junio 2012)
No es, acaso, que signifique mucho... Tal vez haya en él, incluso, matices de vanidad personal... Quizás resulte gratuito y un poco prepotente...
Pero, ¿qué quieren?, me encanta el gesto de Javier Marías renunciando al Premio Nacional de Narrativa 2012 y la sugerencia de que su dotación de veinte mil euros pueda ser dedicada por el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes del ínclito Wert a la red de Bibliotecas Públicas para que así, al menos, su presupuesto anual para nuevas adquisiciones no sea cero.
Y me encanta precisamente porque ni siquiera lo enmarca en el rechazo frontal del gobierno de turno, aunque le parezca horrible, sino en una aversión general por la casta política que nos ha retrotraído al orgullo de y por la ignorancia y ha situado los distintos Premios Nacionales (que hace tiempo que no acepta) en ese contexto... "No entiendo por qué los políticos influyen tanto, no me parecen muy sabios ni respetables", decía el hijo de Julián Marías, uno de los principales filósofos del franquismo, cuando presentaba Los enamoramientos (2011). Y, en efecto, coherentemente rechaza cualquier premio relacionado con su gestión (aunque no cabe descartar que, en su sensibilidad más ególatra también provocase cierta alergia que fuese precisamente gente como Clara Sánchez, Soledad Gallego-Díaz Fajardo, Fernando Rodríguez Lafuente o Marcos Giralt la que, como parte del Jurado correspondiente tuviese la potestad de juzgar su obra).
Pero, en cualquier caso, no nos equivoquemos... No es en absoluto (por mucho que hipotéticamente pudiera pesar en la decisión concreta) una cuestión de endiosamiento personal, no... No se trata (o no se trata simplemente) de que alguien que figura ya en la colección de clásicos modernos de la Editorial Penguin, por ejemplo, se resista a dejar que su última producción sea valorada por quienes acaban de llegar gracias, precisamente, a una política cultural inscrita en el advenimiento de la insignificancia (que diría Castoriadis).
Se trata, más bien y ante todo, de dar una bofetada a ese tipo de política cultural que, interesadamente, fomenta el “así somos, ¿qué pasa?” capaz de presentar la ignorancia y la barbarie como valor de identidad.
Y se trata de hacerlo porque, con unas bibliotecas públicas inertes y con una educación excluyente y clasista, aplicada en la desviación temprana de la población con menos recursos económicos y culturales hacia la conformación de esa masa de mano de obra de baja cualificación que demanda un mercado laboral precario y desregulado, sólo cabe esperar una sociedad más sumisamente desinformada, más conforme con el pésimo teatro de sombras en el que se han convertido los parlamentos pseudodemocráticos al uso, más resignada a la dictadura de los mercados (o sea, de los intereses del gran capital financiero transnacional).
Sí se trata sólo de un mínimo gesto de alguien que puede permitírselo, pero ¿cuántos que también podrían hacerlo lo hacen?... Y, sobre todo, resulta alentador y modestamente ejemplarizante.
Nacho Fernández del Castro, 25 de Octubre de 2012

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