«Voy a perder más kilos
de los que mi metabolismo recuerda haber ganado, no me comeré todo lo del plato a no ser que me haya servido en un
plato de postre, desterraré del armario el
pantalón con cinturilla elástica para saber lo que es que un botón me perfore
el ombligo, desterraré las Nike Cortez de
mi lado preferido del zapatero y me subiré a mis tacones de Treintañera Soltera Busca y nunca, pero nunca, nunca
más volveré a llamar a Ignacio. No, llamar
a Ignacio no es pecado. Es delito. Ya es septiembre y Nacho pasó de ser el mamarracho, el indeseable, el amor de mi vida y mi
otra mitad, a ser Ignacio. Simplemente Ignacio.
Y es duro tener que prescindir de todos aquellos descalificativos que tanto
bien me hacían como
Terapia-Vapulea-Cabrones-Que-Te- Rompen-El-Corazón. Pero, al igual que los hombres que más turuta me vuelven, los bálsamos no
duran siempre. Después de un verano intenso
en el que el recuerdo de nuestro pasado reciente juntos me hacía debatirme
entre la idea de definir todo aquello como una mierdecilla o una gran
boñiga, al fin me he decantado y sé que Nacho
es el campeón de las plastas. Él es, en sí mismo, una gran plasta de la que me alegro infinitamente haberme deshecho. ¿Cuela?.
Filomena
no solía escribir diarios ni nada que se le pareciese hasta que se cansó de
oírse contar la misma mentira podrida un
día tras otro. A partir del día en que se hastió de sus buenos propósitos y sus peores resultados, decidió intentar
olvidar su fracaso sentimental dejándose
consignas morales en todas y cada una de las puertas de su casa. En todas. Sin
obviar una. Ni la del baño. Su hogar
parecía un pueblecito cubano en el que en cualquier rincón, por diminuto que fuese, había una pancarta que contribuía (o eso creía
ella) al levantamiento del que quería fuese su novedosísimo yo. El
fragmento reproducido líneas más arriba estaba en la puerta del horno. Sí, también en el horno.»
(Noemí María, Noe,
MARTÍNEZ FERREIRO; Ourense,
6 mayo 1975. Inicio de
A otra princesa con ese cuento, 2007.)
No
se trata, no, de un “descubrimiento del
sujeto” al estilo socrático, sino más bien de crear un imaginario sobre un ente (el Individuo)
que debe ser el centro de todo, porque, cual mónada leibniziana, tiene sus propios patrones de desarrollo interno, más allá de los
avatares de este mundo (Sócrates, por cierto, sabía tan bien que el yo no tiene sentido sin cuanto le rodea
y determina, el no-yo, que aceptó la
condena a muerte antes que el destierro, pues su condición de sujeto perdería toda entidad fuera de la ciudad que la había conformado).
Ese
Yo hipostasiado debe, pues, asumir sus problemas como inequívocamente
propios y necesitados de soluciones igualmente propias... Los fracasos
sentimentales o laborales, la pérdida de horizontes o bienestar, la precarización
de la vida, en general, exige, desde ese punto de vista, ante todo y sobre todo
cambios personales, un sometimiento de la propia voluntad a una serie de
protocolos y rituales “salvíficos” que sustituyen a la vieja penitencia reparadora de los
confesionarios (donde esos problemas personales eran interpretados casi siempre
en términos de pecado).
Nos
hacemos un itinerario de propósitos que sabemos que no cumpliremos, pero los
explicitamos en todos los rincones de nuestros espacios para que, evindenciando
que no los estamos cumpliendo, podamos, al menos, sentirnos mal por algo ajeno
a los verdaderos problemas.
Nacho Fernández del Castro, 23 de Octubre de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario