martes, 23 de octubre de 2012

Pensamiento del Día, 23-10-2012



«Voy a perder más kilos de los que mi metabolismo recuerda haber ganado, no me comeré todo lo del plato a no ser que me haya servido en un plato de postre, desterraré del armario el pantalón con cinturilla elástica para saber lo que es que un botón me perfore el ombligo, desterraré las Nike Cortez de mi lado preferido del zapatero y me subiré a mis tacones de Treintañera Soltera Busca y nunca, pero nunca, nunca más volveré a llamar a Ignacio. No, llamar a Ignacio no es pecado. Es delito. Ya es septiembre y Nacho pasó de ser el mamarracho, el indeseable, el amor de mi vida y mi otra mitad, a ser Ignacio. Simplemente Ignacio. Y es duro tener que prescindir de todos aquellos descalificativos que tanto bien me hacían como Terapia-Vapulea-Cabrones-Que-Te- Rompen-El-Corazón. Pero, al igual que los hombres que más turuta me vuelven, los bálsamos no duran siempre. Después de un verano intenso en el que el recuerdo de nuestro pasado reciente juntos me hacía debatirme entre la idea de definir todo aquello como una mierdecilla o una gran boñiga, al fin me he decantado y sé que Nacho es el campeón de las plastas. Él es, en sí mismo, una gran plasta de la que me alegro infinitamente haberme deshecho. ¿Cuela?. 
Filomena no solía escribir diarios ni nada que se le pareciese hasta que se cansó de oírse contar la misma mentira podrida un día tras otro. A partir del día en que se hastió de sus buenos propósitos y sus peores resultados, decidió intentar olvidar su fracaso sentimental dejándose consignas morales en todas y cada una de las puertas de su casa. En todas. Sin obviar una. Ni la del baño. Su hogar parecía un pueblecito cubano en el que en cualquier rincón, por diminuto que fuese, había una pancarta que contribuía (o eso creía ella) al levantamiento del que quería fuese su novedosísimo yo. El fragmento reproducido líneas más arriba estaba en la puerta del horno. Sí, también en el horno.»
 (Noemí María, Noe, MARTÍNEZ FERREIRO; Ourense, 6 mayo 1975. Inicio de  
A otra princesa con ese cuento, 2007.)
Ante un mundo hostil y, con frecuencia, absurdo hasta lo ininteligible, los mercaderes de recetarios simples hacen su agosto: florece la autoayuda, la Psicología vende asertividad como un nuevo Bálsamo de Fierabrás multiusos, y, en general, se va generando (y comercializando) toda una nueva mitología del yo.
No se trata, no, de un “descubrimiento del sujeto” al estilo socrático, sino más bien de crear un imaginario sobre un ente (el Individuo) que debe ser el centro de todo, porque, cual mónada leibniziana, tiene sus propios patrones de desarrollo interno, más allá de los avatares de este mundo (Sócrates, por cierto, sabía tan bien que el yo no tiene sentido sin cuanto le rodea y determina, el no-yo, que aceptó la condena a muerte antes que el destierro, pues su condición de sujeto perdería toda entidad fuera de la ciudad que la había conformado).
Ese Yo hipostasiado debe, pues, asumir sus problemas como inequívocamente propios y necesitados de soluciones igualmente propias... Los fracasos sentimentales o laborales, la pérdida de horizontes o bienestar, la precarización de la vida, en general, exige, desde ese punto de vista, ante todo y sobre todo cambios personales, un sometimiento de la propia voluntad a una serie de protocolos y rituales “salvíficos” que sustituyen a la vieja penitencia reparadora de los confesionarios (donde esos problemas personales eran interpretados casi siempre en términos de pecado).
Nos hacemos un itinerario de propósitos que sabemos que no cumpliremos, pero los explicitamos en todos los rincones de nuestros espacios para que, evindenciando que no los estamos cumpliendo, podamos, al menos, sentirnos mal por algo ajeno a los verdaderos problemas.
Y es que, en realidad, esa nueva mitología del yo no es más que un desplazamiento de lo problemático y conflictivo desde lo real a lo imaginario (siempre más llevadero, ¿dónde va usted a parar?)... Y, sobre todo, una auténtica bendición para los distintos poderes (políticos, económicos), que así podrán imponer más fácilmente sus intereses a su antojo.
Nacho Fernández del Castro, 23 de Octubre de 2012

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