«A mí, que ya no iba a la escuela, se me llevaba y se me traía a
capricho, y ya por aquel entonces tenía mis ahorritos: lo que sisaba cuando me
dejaban solo tras el mostrador.»
(Alfonso GROSSO RAMOS; Sevilla, 6 de enero de 1928 - Valencina de Concepción,
Sevilla,
11 de abril de 1995. Germinal y
otros relatos, 1962.)
En
la escuela no aprendemos sólo (ni
principalmente) conceptos y actitudes genéricas,
datos y teorías, hechos y habilidades... Aprendemos sobre todo, para bien o para mal
(insisto) pero necesaria e inevitablemente, a enfrentar el confuso devenir de la vida.
A
veces, bien es cierto, lo hacemos sin
demasiado control institucional, sin que nadie se digne a prestar demasiada
atención a esos procesos vitales que discurren por debajo y por encima de las ceremonias docentes y administrativas
(siempre un poco tediosas y forzadas)... Pero, de forma estructural e inapelable, es
allí y sólo allí donde tenemos la ocasión de hacerlo.
Por
eso toda propuesta de relajo en la escolarización
universal y obligatoria debe ser analizada muy cuidadosamente y puesta en
cuarentena por su carácter regresivo
e insolidario... En primer lugar, no
parece, en ningún sentido, conveniente para el desarrollo humano completo hacer que los infantes pasen
directamente de una burbuja familiar
a una burbuja educativa (en la que se
le ahorrarán cualquier tipo de experiencia
negativa para que cada mitificado yo evolucione
libremente), tal como en el fondo propone el reciente documental La
educación prohibida (2012). Porque la vida, al fin y al cabo, es otra
cosa llena de luces y sombras, de esfuerzos y comodidades, de lágrimas y risas,
de contrariedades y acomodos...
Pero
además, aquí y ahora, una escolarización no obligatoria ni universal no haría
sino dejar a la inmensa mayoría de la población (toda aquella que no posee capital monetario y cultural suficiente
para acceder a los particularistas modelos
de la “educación prohibida”) en un limbo
educativo que no hará sino condenarlos a “buscarse la vida” sisando lo que
puedan donde puedan... O, más bien, arrojarlos a los pies de un mercado laboral depredador dispuesto a
adueñarse de esa potencial mano de obra
sin cualificación alguna para convertirla en punta de lanza del, ya lanzado,
proceso de desregulaización y precarización
laboral...
Nacho Fernández del Castro, 9 de Octubre de 2012
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