martes, 9 de octubre de 2012

Pensamiento del Día, 9-10-2012



«A mí, que ya no iba a la escuela, se me llevaba y se me traía a capricho, y ya por aquel entonces tenía mis ahorritos: lo que sisaba cuando me dejaban solo tras el mostrador.»
 
 (Alfonso GROSSO RAMOS; Sevilla, 6 de enero de 1928 - Valencina de Concepción, Sevilla, 
11 de abril de 1995. Germinal y otros relatos, 1962.)
La escuela es un yacimiento de recuerdos... Para bien o para mal, por invasiva o ausente, la institución escolar acaba por constituir, casi siempre, el estrato más antiguo de nuestra memoria significativa como “sujetos sociales”, ciudadanos o ciudadanas: allí establecemos (o debiéramos haber establecido) nuestras primeras relaciones externas a la burbuja familiar, allí nos topamos (o debiéramos habernos topado) con las primeras causas de dolor incomprensible y exploramos (o debiéramos haber explorado) las primeras fuentes de dicha autónoma (aunque, casi siempre compartida), allí se reproduce (o debiera haberse reproducido) a pequeña escala por primera vez el vórtice que origina toda sociedad y el caos del mundo, allí nos enfrentamos (o debiéramos habernos enfrentado) por vez primera a la autoridad ajena a la genética y a las jerarquías entre iguales.
En la escuela no aprendemos sólo (ni principalmente) conceptos y actitudes genéricas, datos y teorías, hechos y habilidades... Aprendemos sobre todo, para bien o para mal (insisto) pero necesaria e inevitablemente, a enfrentar el confuso devenir de la vida.
A veces, bien es cierto, lo hacemos sin demasiado control institucional, sin que nadie se digne a prestar demasiada atención a esos procesos vitales que discurren por debajo y por encima de las ceremonias docentes y administrativas (siempre un poco tediosas y forzadas)... Pero, de forma estructural e  inapelable, es allí y sólo allí donde tenemos la ocasión de hacerlo.
Por eso toda propuesta de relajo en la escolarización universal y obligatoria debe ser analizada muy cuidadosamente y puesta en cuarentena por su carácter regresivo e insolidario... En primer lugar, no parece, en ningún sentido, conveniente para el desarrollo humano completo hacer que los infantes pasen directamente de una burbuja familiar a una burbuja educativa (en la que se le ahorrarán cualquier tipo de experiencia negativa para que cada mitificado yo evolucione libremente), tal como en el fondo propone el reciente documental La educación prohibida (2012). Porque la vida, al fin y al cabo, es otra cosa llena de luces y sombras, de esfuerzos y comodidades, de lágrimas y risas, de contrariedades y acomodos...
Pero además, aquí y ahora, una escolarización no obligatoria ni universal no haría sino dejar a la inmensa mayoría de la población (toda aquella que no posee capital monetario y cultural suficiente para acceder a los particularistas modelos de la “educación prohibida”) en un limbo educativo que no hará sino condenarlos a “buscarse la vida” sisando lo que puedan donde puedan... O, más bien, arrojarlos a los pies de un mercado laboral depredador dispuesto a adueñarse de esa potencial mano de obra sin cualificación alguna para convertirla en punta de lanza del, ya lanzado, proceso de desregulaización y precarización laboral...
Vamos, carne para un siniestro experimento neoliberal de “refundación del esclavismo”.
Nacho Fernández del Castro, 9 de Octubre de 2012

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