«Porque estás ahí delante
-siempre delante, eso sí-,
pero confieso humildemente que no puedo encerrarte en
un cauce.
No sé cómo poner música a la música,
como dar olor al jazmín,
color al sol que se hunde por la tarde,
como quien dice: esto se ha acabado,
no esperen ustedes que salga mañana por la mañana.
Yo no sé si me explico,
pero es que hay cosas que no son para cantadas,
sino para dichas llanamente, después de tomar una
cerveza.
-Está lloviendo-, apunta uno:
y en dos palabras se encierra un terrible suceso,
algo que hiere los tejados.
y deja caer sobre los charcos más lágrimas
de las que pudieran derramar los humanos ojos,
incluso poniéndose en lo peor de las cosas.
-Es de día-: y con ello
entra el sol en el alma, como una aguja caliente,
y nos sentimos seguros de que, por el momento,
Dios no nos olvida.
Y así con el amor
uno vive, viviendo.
Uno olvida que, cada día, Dios nos pone tierra
bajo los pies,
aire sobre la boca y azul en las pupilas.
Uno olvida que el corazón se apoya, cada día,
como un blando sillar,
en otro corazón.
Y cuando se cae en la cuenta de todo
-esto no sucede a menudo-,
resulta imposible medir un verso con los dedos
Un gran tajo circunda a los amantes,
y lo demás puede decirse en dos palabras.»
pero confieso humildemente que no puedo encerrarte en
un cauce.
No sé cómo poner música a la música,
como dar olor al jazmín,
color al sol que se hunde por la tarde,
como quien dice: esto se ha acabado,
no esperen ustedes que salga mañana por la mañana.
Yo no sé si me explico,
pero es que hay cosas que no son para cantadas,
sino para dichas llanamente, después de tomar una
cerveza.
-Está lloviendo-, apunta uno:
y en dos palabras se encierra un terrible suceso,
algo que hiere los tejados.
y deja caer sobre los charcos más lágrimas
de las que pudieran derramar los humanos ojos,
incluso poniéndose en lo peor de las cosas.
-Es de día-: y con ello
entra el sol en el alma, como una aguja caliente,
y nos sentimos seguros de que, por el momento,
Dios no nos olvida.
Y así con el amor
uno vive, viviendo.
Uno olvida que, cada día, Dios nos pone tierra
bajo los pies,
aire sobre la boca y azul en las pupilas.
Uno olvida que el corazón se apoya, cada día,
como un blando sillar,
en otro corazón.
Y cuando se cae en la cuenta de todo
-esto no sucede a menudo-,
resulta imposible medir un verso con los dedos
Un gran tajo circunda a los amantes,
y lo demás puede decirse en dos palabras.»
(Alfonso CANALES PÉREZ-BRYAN; Málaga, 31 de marzo de 1923 – 19 de
noviembre de 2010.
“Razón de amor” en Cuenta y razón, 1962.)
Son cosas que desbordan la métrica de cualquier
verso (y hasta el ritmo del verso libre), cosas que nos sitúan en el mundo o
nos aíslan de él en rincones íntimos y siempre irrepetibles, cosas que lloran
la vida o gritan desarraigos con voluntad de lucha, cosas que iluminan nuestros
sueños o ahondan las peores pesadillas... Cosas, en fin, que suenan más allá de
todo pentagrama, que huelen más allá de todo jardín, que dan color más allá
incluso del mejor arco iris.
Cosas que no caben en los Presupuestos Generales del
Estado y, por ello, ni se recortan ni se
ajustan; que nunca han tenido un Ministerio que se ocupe de ellas y, por
ello, jamás han sido burocratizadas; que son ajenas a las primas de riesgo y la mano negra de los mercados y, por ello, nunca cotizarán en Bolsa... Cosas, en
fin, de las que nunca serán noticia en un telediario y, por ello, sólo suelen
dejarse ver y oír en las conversaciones
amigables o amatorias en torno a una
mesa o una cama.
Cosas, vamos, sin dios ni rey que, inmunes a las
porras y las togas, dan sabor a la vida
y tampoco caben en esta (o cualquier otra) glosa.
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