«La
acumulación de riqueza es en sí misma un proceso moralmente neutro.
Ciertamente, como enseña el Cristianismo, la riqueza trae tentaciones. Pero
también la pobreza.»
(Margaret Hilda THATCHER -Roberts de soltera-, Baronesa Thatcher de Kesteven; Grantham, Lincolnshire, East Midlands, Inglaterra, 13 de octubre de 1925 - Londres, 8 de abril de 2013. Statecraft: Strategies for a Changing World, 2003.)
Resulta paradójica la imagen que de la
recientemente fallecida Margaret Thatcher, esa adalid de la política neocon y gran impulsora junto a
Ronald Reagan de la voz de una “derecha
sin complejos”, transmite la película La
Dama de Hierro (The Iron Lady, 2011) de Phyllida
Lloyd... Presentándola, a través de la interpretación vigorosa de Meryl Streep,
como una tenaz luchadora que debe superar los inconvenientes de su humilde
origen y de su sexo, difumina el verdadero contexto
histórico de unas fuerzas vivas
británicas ansiosas por arrumbar, siguiendo fielmente las recetas de Milton
Friedman y sus Chicago Boys (experimentadas
en el Chile de Pinochet), las trabas que el sindicalismo
británico (muy especialmente los sindicatos
mineros) suponía para la imposición y desarrollo de sus intereses.
Y la supuesta
luchadora se dedicó a servirlos con especial
docilidad y ahínco, porque, al fin y al cabo, ¿no son tan susceptibles de
dejarse llevar por la tentación de la
inmoralidad las gentes ricas como las pobres?... De hecho, acaso para
corroborar su tesis, fue reduciendo drásticamente toda protección social y el resultado no fue sólo el vertiginoso aumento de la mortalidad en las clases bajas, sino también un notorio
incremento paralelo de las tasas de alcoholismo,
homicidio, y suicidio...
La película en
cuestión nos muestra sólo sindicalistas embrutecidos
en su violencia salvaje, pero por ningún lado aparece, por ejemplo, el
rebrote del desaparecido fenómeno del
hambre y la malnutrición infantil en los barrios y zonas más pobres (y
mineras), como Gales, Escocia o Yorkshire... Y es que Margaret Thatcher, según
repetía con frecuencia, “creía en la
lucha de clases y en la victoria de los suyos”, y estaba para ello dispuesta a convertir las víctimas de su neoliberalismo rampante en culpables de su propia situación que sólo pueden elegir entre la sumisión o el suicidio.
lucha de clases y en la victoria de los suyos”, y estaba para ello dispuesta a convertir las víctimas de su neoliberalismo rampante en culpables de su propia situación que sólo pueden elegir entre la sumisión o el suicidio.
Por eso resulta tan
surrealista el supuesto (y contestado
desde el propio movimiento) feminismo
(de celuloide) de la líder política que más se aplicó en el recorte de los derechos de las mujeres en el Reino
Unido, mientras mostraba un absoluto desdén hacia las propias feministas y sus organizaciones, apoyaba
a los dictadores más reaccionarios de
los años setenta del pasado siglo (como su “amigo Pinochet”) o declaraba patéticas
guerras coloniales para encubrir
tanta injusticia tras el humo de un trasnochado patriotismo de conveniencia (único
punto crítico que aparece, como mero apunte, en la película).
En suma, la
pantalla convierte la ficción en una esforzada
representación del engaño paranarrar
el ascenso de una mujer que, como no
se dice, inició el camino hacia la presente crisis-estafa
que sacude Europa... Una mujer que, por cierto, basó su irrupción en las esferas del poder, como suele ocurrir,
en la dócil asunción del espíritu del patriarcado.
Nacho
Fernández del Castro, 12 de Abril de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario