miércoles, 24 de abril de 2013

Pensamiento del Día, 23-4-2013



«Pero, usted lo sabrá por las películas, tarde o temprano, acabarán capturándole, amigo mío. ¡La justicia es implacable!.»
(Gonzalo SUÁREZ MORILLA; Oviedo, Asturias; 30 de julio de 1934. De cuerpo presente, 1963.)
Lo hemos oído muchas veces... “¡La justicia es implacable!”.
A veces con matices (“¡La justicia es lenta pero implacable!”) o ligerísimas variaciones semánticas (“¡La justicia es inexorable!”).
Y miles de delincuentes y asesinos no pueden resistir su hilaridad ante tales expresiones mientras gozxan de una libertad basada en las habilidades para evitar cualquier sospecha o para usar diestros ardides legales... Miles de abogados, cientos de jueces y fiscales, o de investigadores policiales, no pueden sino establecer una prudente distancia irónica con respecto a su propio trabajo, que saben fuertemente ritualizado a partir de una institucionalización del mismo que, inevitablemente, supone una cierta quiebra con respecto a las ideas (de inocencia o culpabilidad, de ley, de justicia, etc.).
O sea que, lo primero y más importante, es que en ninguna de esas frases se habla de la idea de justicia, sino de la institución de la justicia, que es cosa muy distinta (y para corroborarlo, las togas y las porras nos dan espectáculos sorprendentes todos los días)... Una institución, claro está, sometida, como todas, a juegos de intereses particulares y colectivos, a conflictos de cosmovisiones, a debates ideológicos... Porque si así no fuera, si se tratase de una simple aplicación mimética de la ley, los tribunales estarían atendidos por “expendedores automáticos de sentencias” (que incluso podrían asumir una protocolarización de las condiciones, eximentes y atenuantes pertinentes al caso).
Pero esto sólo puede ocurrir (afortunadamente) en las películas.
Nacho Fernández del Castro, 23 de Abril de 2013

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