martes, 2 de abril de 2013

Pensamiento del Día, 2-4-2013



«En las comunidades primitivas, los campesinos, de haber podido decidir, no hubieran entregado el escaso excedente con que subsistían los guerreros y los sacerdotes, sino que hubiesen producido menos o consumido más. Al principio, era la fuerza lo que los obligaba a producir y entregar el excedente. Gradualmente, sin embargo, resultó posible inducir a muchos de ellos a aceptar una ética según la cual era su deber trabajar intensamente, aunque parte de su trabajo fuera a sostener a otros, que permanecían ociosos. Por este medio, la compulsión requerida se fue reduciendo y los gastos de gobierno disminuyeron. En nuestros días, el noventa y nueve por ciento de los asalariados británicos se sentirían realmente impresionados si se les dijera que el rey no debe tener ingresos mayores que los de un trabajador. El concepto de deber, en términos históricos, ha sido un medio utilizado por los poseedores del poder para inducir a los demás a vivir para el interés de sus amos más que para su propio interés. Por supuesto, los poseedores del poder ocultan este hecho aún ante sí mismos, y se las arreglan para creer que sus intereses son idénticos a los más grandes intereses de la humanidad.»

(Bertrand Arthur William RUSSELL, Tercer Conde de Russell, Premio Nobel de Literatura 1950;  
Trellech, Monmouthshire, Gales, Imperio Británico, 18 de mayo de 1872 - Penrhyndeudraeth, Gwynedd, Gales, Reino Unido, 2 de febrero de 1970. In Praise of Idleness -Elogio de la ociosidad-, 1935 -2000, por ejemplo, para la edición en castellano-.)
Como el honor o la sinceridad, el deber tiene una buena prensa bastante injustificada... Por salvaguardar el honor se hacen las mayores tonterías y se pergeñan los más sofisticados engaños... Por sinceridad se ofende más allá del elemental respeto a los demás y se causa el más innecesario y estúpido de los dolores (aquel que a nadie aporta beneficio alguno) a otras personas...
Pero por cumplir con el deber se ha matado a muchísima gente en la historia (grande y pequeña) de la Humanidad.
En realidad el deber, esa añagaza kantiana que convierte en norma una imposible voluntad autónoma, no es más que la expresión idealista de los intereses de los poderosos, es decir la asunción personal, mediante una falsa conciencia, de los dictados de una moral hegemónica que configura nuestras visiones del mundo en función de esos intereses dominantes.
Por eso el concepto de deber es tan grato a quienes sitúan como guía de todo acto la conservación de lo dado.
Pero la autonomía del sujeto es una quimera... En realidad, como dijera Rafael Sánchez Ferlosio al enterarse de que le habían concedido el Premio Cervantes 2004 “por la gran autonomía de su obra”, cada cual no es sino el resultado problemático y complejo de un encuentro conflictivo de heteronomías. Así lo muestran las modernas ciencias humanas, al ver como el yo no es sino una construcción realizada en dialéctica permanente con lo otro, con un no-yo que lo atrae y repele con intensidades varias y en direcciones diversas. En consecuencia, la propia estabilidad del yo es relativa (moldeable por las condiciones situacionales), su esencia prístina se reduce casi a unos patrones biológicos minimizados ante los determinantes culturales y cualquier pretensión de alcanzar una guía de conducta estrictamente autónoma resulta ilusión vana.
Por eso es sano dejar un poco de lado las falacias del deber que nos llevan a asumir como propios los dictados, más o menos caprichosos, de quienes mandan aquí y ahora, o, para decirlo con lenguaje más clásico, expresivo y beligerante, de nuestros opresores... Ello, al menos, nos permitirá afinar la percepción de los absurdos de este mundo para abrir la imaginación a otros mundos posibles... Y disfrutar de paso, sin remordimientos en medio de las sombras de tanta crisis/estafa, de la alegre ociosidad a nuestro alcance.
Nacho Fernández del Castro, 2 de Abril de 2013

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