«La psiquiatrización masiva de la población, de un modo
premeditado o no, funciona de hecho como una privatización institucional del
conflicto político, mediante la cual se “psicologiza” el paro, el trabajo
precario, la explotación laboral y el llamado mobbing o "acoso psicológico" de los empleados. Una
sociedad reducida a los puros vínculos privados –contratos bilaterales cada vez
más fugaces– y tutelada por una tropilla de mecánicos-psicólogos es una
sociedad en la que finalmente –cito experiencias desgraciadamente reales– el sindicato
de una empresa defiende a sus afiliados de los malos tratos del jefe
costeándole una terapia.»
(Santiago ALBA
RICO;Madrid, 1960. “Egolatría”,
comentario del libro del
mismo título de Guillermo Rendueles Olmedo, en Rebelión –http://www.rebelion.org/noticia.php?id=20084-,
14-9-2005.)
Cuando
un ser humano tiene un “mal ajuste” en este mundo de trabajos precarios (que,
en medio de la vorágine absurda y banalizada de la vida, derivan relaciones
personales también superficiales y precarias) y opresión globalizada, alguien
(que seguramente asegurará “quererle bien”) le aconsejará acudir a la consulta psiquiátrica o psicológica o,
como mínimo, afrontar la rápida lectura de algún manual de autoayuda para “ponerse en situación” y aprender a “aceptar
la realidad”.
De
hecho, globalmente considerada, la “industria
mental”, tanto en su faceta de atención
profesional directa como en la de la literatura
para “mejor situarnos en el mundo”, constituye hoy el primer bastión del sistema (previo a los más clásicos
y coactivos: las porras y las togas) para imponer la aceptación de lo que hay.
La
economía ha sustituido a la política, convirtiendo a la casta política en verdadera representante (cada día con menos
disimulo) de los poderes económicos
establecidos, pero, claro, esto no anula el conflicto
real, en la calle, sino que lo multiplica, diversificando y extendiendo las formas de precarización de la vida...
Así que nada más conveniente que señalar las resistencias y disidencias como locuras,
desviaciones patológicas del
comportamiento normal que, antes del empleo de la fuerza, deben ser encauzadas por las vías de una persuasión que, además de explotar nuevos
campos de negocio, facilite la sumisa acomodación de cada cual (aislado
como sujeto sin referentes colectivos) a la suerte de destino fatal que le toque en desgracia... Una consolación que, en este valle
de lágrimas, viene a sustituir, en fin, la perdida confianza en la felicidad ultraterrena... Y lo intentará con “comeduras de tarro” muy profesionales y lecturas
muy ejemplares para pasar, cuando la gravedad del caso lo requiera,
directamente al opio marxiano que, de
paso, impulsará el continuo crecimiento de la industria farmacológica.
Nacho Fernández del Castro, 7 de Abril de 2013
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